¿Un Gobierno empresario?
La historia revela que a los gobiernos no se les da eso de ser empresarios, en cambio a los del sector privado tal actividad es su razón de ser y su constante reto de supervivencia económica.
Como usted sabe, los gobiernos fueron creados para cuidar el orden social y darle protección a la ciudadanía. Son el árbitro natural para dirimir diferencias formales y triviales entre sector productivo y familias. Su ADN no es empresarial, es político.
El sector público tiene el soporte económico para realizar las tareas que se le han encomendado, gracias a un amplio abanico de ingresos: Impuestos, productos, derechos, aprovechamientos, ventas de bienes, prestación de servicios, derivados de financiamientos, entre otros.
Cuando les da por crear empresas, cuentan con las ventajas de que sus negocios se mueven en “un mundo de fantasía”, pues no necesariamente deben ser eficientes, tampoco esforzarse por ganar mercado ni generar ganancias, ya que “no pueden quebrar”.
En cambio, las empresas del sector privado no cuentan con esos lujos; deben ser eficientes en todo momento, detectar y atender competitivamente sus mercados (sin regateos) e ir por las utilidades, de lo contrario desaparecen.
Viene este tema a colación porque el Gobierno de la 4T le apuesta a crear más empresas públicas en el País con el objetivo de ampliar su influencia en el quehacer natural del sector privado y a la postre, ser supuestamente “el gran motor” de la economía nacional. La planificación central pareciera ser el gran objetivo del partido en el poder, más sin embargo, debe subrayarse (aunque los dogmáticos lo nieguen) que tal modelo pierde la batalla cuando se le enfrenta en la vida real con el esquema de libre mercado: Socialismo contra capitalismo y/o socialismo contra economía mixta.
LARGO Y SINUOSO CAMINO
En los tiempos contemporáneos las evidencias revelan que el sector público le batalla para funcionar en los terrenos propios del empresariado.
Ello debido a que invariablemente la empresa pública reporta procesos más costosos a la hora de proveer productos y servicios al mercado.
Los descalabros de los negocios propiedad del Estado, son nutridos y para muestra la línea del tiempo que va de 1920 a la fecha.
La información respectiva apunta que la trayectoria de las empresas estatales en el México del siglo XX y lo que va del XXI, ha seguido un curso de tres fases: Un arranque relativamente lento y prolongado (1920-1960), seguido por una extraordinaria expansión (19601982) y una notoria decadencia desde 1983.
La creación de negocios públicos evolucionó así: Entre 1920-1940 llegaron a existir 36 empresas paraestatales, de 1941 a 1954 unas 144, en el lapso 1955-1970 alrededor de 272 y, finalmente, entre 1970 y 1982 un gran total de mil 155.
Luego, la caída fue abrupta: El proceso de privatización que arrancó con la crisis de la deuda en 1982 llevó a la venta de un número creciente de dichas firmas.
Para 1986 ya solamente existían en el País 737 paraestatales, bajando a 280 para 1990 y a 213 en 1993.
Hacia finales de 1996, el número de paraestatales cayó a 185, de las cuales 72 eran organismos descentralizados, 91 empresas de participación estatal mayoritaria y 22 fideicomisos públicos.
El año pasado (en el 2022) el Diario Oficial de la Federación indicaba que el Gobierno federal detentaba 207 entidades paraestatales: 106 organismos descentralizados, 99 empresas de participación estatal mayoritaria, 16 fideicomisos, dos empresas productivas del Estado (Pemex y CFE) y trece empresas productivas subsidiarias (tres colgadas de Pemex y 10 de Comisión).
Esto revela que de 1996 al 2022 el Gobierno federal recuperó espacios en la plataforma de las paraestatales acrecentando sus propiedades en 22.
La paraestatal de la salud, Birmex, es un claro ejemplo de que al sector público “se le atraganta” ser empresario. Este negocio dedicado a la producción de vacunas, ha quedado en el olvido, además de que no ha podido con la tarea de distribución de fármacos que le fue asignada en este sexenio.
Lo de Birmex demuestra lo lejos que estamos de la promesa presidencial de tener un sistema de salud de primer mundo.
Empero, el presidente López Obrador y sus gobernadores afines, están empecinados en emular a la “docena trágica” (la de LEA y JLP) multiplicando la cantidad de empresas públicas, aun a costa de espantar la inversión privada nacional y extranjera.
Bajo este proyecto cuatroteista, las expectativas económicas se desinflan.