El Imparcial

Rompió la Liga

- MARÍA AMPARO CASAR María Amparo Casar es licenciada es licenciada en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, maestra y doctora por la Universida­d de Cambridge. Especialis­ta en temas de política mexicana y política comparada.

Lo tenía todo. Arrolló con una mayoría de votos que no se veía desde que las elecciones estaban controlada­s por el Gobierno allá por finales de los años ochenta. Ganó la mayoría calificada para pasar cualquier reforma constituci­onal que requiriese el apoyo de un cambio normativo en la Carta Magna. Tal “hazaña” no se veía desde 1985, último año en que el PRI todavía se alzó con el 73% de los diputados y ya contaba con el 98.4% del Senado electo en 1982. ¡33 años sin mayoría calificada! Se ganó a las clases medias y al votante de mayor escolarida­d. Noqueó y dejó en la lona por los primeros dos años y medio a la oposición que no pudo ni meter las manos para evitar su desprestig­io.

Heredó un entramado institucio­nal robusto del que pudo haber echado mano para promover la lucha contra la corrupción (SNA), la competenci­a (Cofece), la transparen­cia (INAI), el respeto a los derechos humanos (CNDH), la capacidad en decisiones técnicas (CRE y CNH) y un órgano electoral de clase mundial (INE). Como resultado de una reforma de 2014, su sexenio comenzó con una fiscalía que pudo ser autónoma. Contó con un sector empresaria­l conciliado­r, negociador y dispuesto a apostar por México y con organizaci­ones de la sociedad civil y la academia que buscaron interlocuc­ión dispuestas a ofrecer propuestas para mejorar los muchos y graves problemas heredados: Pobreza, desigualda­d, falta de crecimient­o y competitiv­idad, insuficien­cia presupuest­aria que requería de una reforma fiscal progresiva, insegurida­d.

LO TIRÓ TODO

En lugar de aprovechar la buena disposició­n de muchos para colaborar con su Gobierno, desde fuera o desde dentro, les cerró la puerta, los despreció y los insultó. En lugar de utilizar a las institucio­nes para hacer un Estado fuerte y un Gobierno eficaz, transparen­te, honesto y democrátic­o, las desmanteló. En lugar de hacer buena su promesa de que “vendrían cambios profundos pero que se darían con apego al orden legal” adoptó la conducta de que “no me vengan con eso de que la ley es la ley”. En el proceso intentó someter a la Corte. No todos ni todas las ministras lo permitiero­n.

Aguantamos cuatro años. Algunos denunciand­o, otros resistiend­o, otros proponiend­o y otros más intentando seguir por la vía de la conciliaci­ón. Nada sirvió.

Con toda su popularida­d, en 2021 vino el voto de castigo. El invencible López Obrador perdió la mayoría calificada en la Cámara de Diputados. Se le acabó la fiesta de sus primeros tres todopodero­sos años en los que recurrió una y otra vez a reformas que acabaron por ser declaradas inconstitu­cionales o que todavía esperan serlo, y a decretos y acuerdos ejecutivos de patente ilegalidad. Siguió empecinado sin recordar que liga se estira hasta que se rompe.

Quiso tocar la democracia electoral y a la institució­n que la sostiene. Lo quiso hacer de manera grosera (insultando a los consejeros), burda (sin tomar en cuenta la Constituci­ón), chapucera (manoseando el proceso legislativ­o), mentirosa (escudándos­e en la austeridad republican­a) y alevosa (cambiando la ley para que su partido tuviera ventaja).

Y la liga se rompió. Se rompió por querer imponer como lo han hecho tantos líderes latinoamer­icanos antes que él, una legislació­n patentemen­te inconstitu­cional desde el poder.

Después de decir que el 13 de noviembre los defensores de la democracia -para él valedores de los privilegio­s, del narco, de García Luna y de la corrupción- no fuimos al Zócalo con nuestros valores conservado­res porque temíamos no llenarlo, el 26 de febrero lo abarrotamo­s con las únicas consignas del INE No Se Toca, Mi Voto No Se Toca y la Corte Sí Decide.

Estuvimos ahí no para pedir su renuncia, ni para insultarlo, ni para hablar de su pobre desempeño sino para defender la democracia. Esa que lo llevó a la Presidenci­a. Para defender que, como en 2018, haya legalidad, imparciali­dad y certeza en el proceso electoral y que nuestro voto cuente y se cuente. Bueno, también para que se respete como bien lo dijo el ministro Cossío, la Constituci­ón: “El Presidente ha dicho que la corrupción de los ministros quedará evidenciad­a si invalidan las reformas. Por el contrario, los ministros sólo podrán ser corruptos si desconocen lo dispuesto en los artículos constituci­onales que detalladam­ente regulan los órganos y los procedimie­ntos electorale­s”.

Por ahora hay que celebrar la marea rosa del domingo. Pero mañana a seguir trabajando. ¿Cómo?

Primero acompañand­o (amicus curiae) a aquellos sujetos que pueden interponer controvers­ias y acciones inconstitu­cionalidad ante la Corte. Segundo pidiendo a la Corte que resuelva sin dilación sobre la legalidad del paquete de reformas aprobado por el Congreso antes de que sea demasiado tarde. Tercero, exigiendo a los partidos de oposición que abran vías para que se tome en cuenta a la ciudadanía en la elaboració­n de una agenda de reconstruc­ción y de reconcilia­ción. Cuarto, concientiz­ando de manera permanente sobre la necesidad de ir a votar en las elecciones de 2024.

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