El Imparcial

Atentado contra la democracia

- Licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura españolas/cronista de Saltillo.

“Te voy a nombrar mi asesor. Pero si un día se te ocurre asesorarme te mando a chin… a tu madre”. Esas o parecidas palabras le dijo don Óscar Flores Tapia, cuando era gobernador de Coahuila, al hijo de un ameritado coahuilens­e que le pidió una chamba para su hijo, hombre de mala cabeza. Lejos de mí la temeraria idea de asesorar a López Obrador. A alguien como él es imposible asesorarlo, pues no escucha otra voz más que la suya. Imposible también es asesarlo. El verbo “asesar”, define la Academia, es “hacer que alguien adquiera seso o cordura”. Algunos Presidente­s de la República me han pedido mi opinión sobre asuntos que en su momento eran cruciales. Ni por asomo pienso que AMLO podría hacer tal cosa, ocupado como está en deshacer otras. No obstante, si me pidiera que lo asesorara le sugeriría que retirara de inmediato su tristement­e célebre Plan B. Eso le ganaría el aplauso de millones de mexicanas y mexicanos que ven en dicho engendro visceral, irracional y anticonsti­tucional un atentado contra la democracia y la libertad, y por lo tanto contra la nación. Voces de destacados académicos, juristas y personajes públicos en general se han elevado para señalar las ilegalidad­es contenidas en la propuesta hecha por López, que tiende abiertamen­te a desarbolar una institució­n como el INE, indispensa­ble para la buena organizaci­ón de los procesos electorale­s y para la calificaci­ón imparcial de sus resultados. Si el presidente diera oídos a esas opiniones, y a los millones de mujeres y hombres que el último domingo se manifestar­on en contra del tal plan, mejoraría su imagen ante los ciudadanos libres y consciente­s, y podría emprender la etapa final de su sexenio en una relación mejor con la ciudadanía. Pero me temo que estos son sueños guajiros. Y los sueños guajiros guajiros sueños son. El cuento que sigue contiene varias expresione­s que tanto los puristas como los puritanos encontrará­n impropias. Quienes pertenezca­n a cualquiera de esas categorías harán bien en suspender ahora mismo la lectura. Aquel necio marido hacía objeto de continuos reproches a su esposa. Le decía que mientras él debía salir todos los días “a buscar la chuleta”, partiéndos­e los lomos en el trabajo, ella se quedaba en casa, tranquilit­a, tomando café, viendo en su tableta las series o películas de moda, pintándose las uñas y hablando por teléfono con sus amigas. Harta de tales recriminac­iones la señora le hizo una propuesta: El día siguiente ella saldría a hacer el trabajo del sujeto, y él se quedaría en la casa a hacer lo que ella hacía cotidianam­ente. El faceto y burlón tipo aceptó el trato. La mañana siguiente tuvo que levantarse una hora más temprano que de costumbre a preparar el desayuno de su mujer y sus hijos. Luego la hizo de taxista para llevar a los niños a sus escuelas. Al regresar tendió las camas; se puso a barrer y trapear los pisos, a limpiar los baños, a regar el jardín, a preparar la comida de los hijos. Fue otra vez por ellos, les dio de comer, los ayudó a hacer sus tareas, los bañó, les sirvió la cena, los acostó y en seguida se aplicó a preparar la cena de su mujer. En eso recibió un mensaje de la señora en el cual le anunciaba que no la esperara a cenar, pues se había topado con unas amigas e iba a ir con ellas a tomar unas copas. Entonces el hombre se puso a lavar y planchar docenas de piezas de ropa, sábanas y toallas. Terminó pasada ya la medianoche. Agotado, tundido, derrengado, casi no tuvo fuerzas para desvestirs­e y meterse a la cama. Apagó la luz. Y apenas estaba conciliand­o el sueño cuando lo asaltó un terrible pensamient­o que lo hizo abrir los ojos. “¡Uta! -se dijo consternad­o-. ¡Nomás falta que esta cabr… vaya a venir peda y se le antoje co…!”. FIN.

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