El Imparcial

Derecho a la igualdad

CATÓN

- Licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura españolas/cronista de Saltillo.

Yo tengo innumerabl­es teorías y muy pocas prácticas. Una de mis tesis consiste en afirmar que la institució­n del matrimonio desaparece­rá. En otros tiempos eso de casarse se veía como el destino natural de la mujer y el hombre. Si una muchacha llegaba a los 25 años sin tener marido se le llamaba “solterona”, “quedada” o “cotorrona”, y se decía que en la vida no haría otra cosa más que vestir santos. También para el varón sin esposa había dichos: “Cuarentón solterón, maricón”. He hablado de esa amiga mía que andaba ya por la treintena y aún no se casaba. En las bodas sus tías le preguntaba­n con tonito: “¿Y tú cuándo, sobrina?”. Se libró de la monserga preguntánd­oles a ellas en los sepelios: “¿Y tú cuándo, tía?”. Los tiempos cambian -cambiar es su especialid­ad-, y ahora las parejas no son proclives al casorio. Si llegan a él lo hacen pasados los 30 años, pero muchos de ellos y ellas prefieren más bien vivir juntos sin estar unidos por lazos de himeneo. Igualmente rehúyen los deberes que vienen con los hijos. La moda actual es tener “perrijos” o “gatijos”, a los que tratan como si fueran fruto de sus entrañas. Les compran ropita, juguetitos; les celebran su cumpleaños con pastel. Yo no opino que eso esté bien o mal; lo único que digo es que está. Me atrevo a suponer que todo eso lo imbuye en el subconscie­nte universal la Madre Tierra, preocupada por el aumento de la población. Otrora esa mamá no sentía tal inquietud, y el deseo mayor de los casados era empezar a tener prole cuanto antes. Había quienes la tenían a los tres meses de la boda, haiga sido como haiga sido. Yo pertenezco a la época del patriarcad­o. Yo pertenezco a la época del matriarcad­o. No me contradigo, lo mismo que no hay contradicc­ión en el célebre principio de A tale of two cities, de Dickens. El hombre era considerad­o “el jefe de la casa”, pero las madres les decían sotto voce a sus hijas: “La mujer obedeciend­o manda”, y las esposas terminaban por ejercer una sutil jefatura -muchas veces no tan sutil- sobre el supuesto jefe. Yo me adelanté por varias décadas a las conquistas del feminismo. Desde el primer día de casado le entregué todo mi sueldo a mi mujer en el mismo sobre en que lo recibía, cuando el uso común era que el marido le diera a su esposa “el chivo”, una pequeña cantidad cada día para el gasto de la casa, pues a la mujer se le juzgaba incapaz de manejar bien el dinero. El patrimonio de mi familia se debe a esa sabia provisión, que tomé no por cálculo, sino por amor. Hoy es el día dedicado a la mujer. Muchos temen su llegada, sobre todo en la Ciudad de México. No pocos comerciant­es cierran a piedra y lodo sus comercios y cubren sus escaparate­s con láminas o tablas, igual que hacían en el pasado los tenderos españoles del Centro de la capital cuando se acercaba la noche del Grito. Y es que hoy por hoy algunas mujeres usan la violencia para probar su independen­cia. Con ello, entiendo, se cobran la factura por siglos de opresión que aún no termina, según lo muestran los constantes feminicidi­os que en el País ocurren, las muchas formas de violencia familiar, el acoso sexual, las terribles agresiones, la discrimina­ción que en el trabajo siguen sufriendo las mujeres. Yo creo en la complement­ariedad de la mujer y el hombre. Me alejo entonces de los extremos tanto hombristas como hembristas. Pienso, sí, que aún falta mucho camino por recorrer en la búsqueda de justicia plena para las mujeres, y para suprimir el sentimient­o de superiorid­ad que priva todavía en numerosos hombres. Cuando haya igualdad completa de derechos entre la mujer y el hombre, tanto los hombres como las mujeres seremos mejores. FIN.

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