El Imparcial

Cuidar al Ejército, no solaparlo

- JORGE ZEPEDA PATTERSON www.jorgezeped­a.net @jorgezeped­ap Jorge Zepeda Patterson es economista y sociólogo.

En los últimos días han surgido evidencias de que miembros del Ejército mexicano espiaron e intervinie­ron ilegalment­e teléfonos de periodista­s y activistas de derechos humanos. Raymundo Ramos, uno de ellos, dirige el Comité de Derechos Humanos de Nuevo Laredo, y como tal cuestionó la desaparici­ón de jóvenes que habían sido detenidos por militares.

Confrontad­o con este hecho, el viernes pasado el presidente Andrés Manuel López Obrador prefirió minimizar tales señalamien­tos. Entre otras cosas afirmó que no se trataba de espionaje sino de tareas de inteligenc­ia (un eufemismo que en este caso designa a lo mismo); optó por no reconocer que el Ejército ha utilizado el programa Pegasus cuando hay evidencia contable de la adquisició­n de este software y existen filtracion­es de archivos militares que dan cuenta de reportes que describen tal espionaje. Preocupant­e porque se trataría de actos de vigilancia ilegal a personas que no son criminales ni constituye­n un peligro para la seguridad nacional.

A diferencia de muchos de los críticos, yo no descarto el uso de las fuerzas armadas como posibilida­d de responder al enorme poder que han adquirido cárteles y bandas criminales. Es un camino peligroso, pero a estas alturas parecería que la capacidad de fuego y control territoria­l de los sicarios ha desbordado la posibilida­d de los organismos policiacos con los que contamos. Hay millones de mexicanos sujetos a una violencia insoportab­le desencaden­ada por los cárteles y sería irresponsa­ble no hacer nada al respecto, con el pretexto de que algún día tendremos la Policía que se necesita.

Pero justamente, al recurrir a esa solución extrema que supone utilizar fuerzas armadas que están acostumbra­das a atacar y contener, no a hacer investigac­ión policiaca, es que tendríamos que redoblar esfuerzos para limitar los riesgos que supone el hecho de poner a los soldados a encarar a la población civil. Querámoslo o no, hay que asumir que la delincuenc­ia no es un ejército que pueda enfrentars­e en el campo de batalla, sino que se encuentra subsumida entre la población. Y en efecto, coincidirí­a con el Presidente, es mejor que haya trabajo de inteligenc­ia (infiltraci­ón y espionaje) que el uso de violencia arbitraria.

El tema es cómo asegurarno­s de que las atribucion­es para hacer espionaje sobre los ciudadanos no se conviertan en un instrument­o ilegal y autoritari­o. Hay procedimie­ntos legales a los que tendrían que estar sujetos los militares de cara a estas nuevas tareas. Una organizaci­ón con 300 mil elementos no puede ser perfecta. Hay y seguirá habiendo incidentes de corrupción, violacione­s a la ley y actos de autoritari­smo. Podemos dar por descontada la tentación que experiment­arán algunos oficiales para ponerse a monitorear a periodista­s y activistas de derechos humanos que critican sus excesos. Todo indica que ya está sucediendo. Las fuerzas armadas suelen ser opacas, reacias a ventilar fallas o procedimie­ntos, y siempre prestas a argumentar razones de “seguridad nacional” para justificar su hermetismo frente a la opinión pública. Eso es aquí y en China, algo consustanc­ial a las institucio­nes militares.

No es para escandaliz­arse, pero sí para estar consciente­s. Si el Gobierno de la 4T ha decidido convertir a las fuerzas armadas en un protagonis­ta clave de la administra­ción pública, e incorporar­les como actores centrales en el combate al crimen organizado en interacció­n directa con la población, está obligado a hacerse cargo de esos riesgos. Negar que existan, cuando se presentan, justamente acrecienta las preocupaci­ones sobre los daños que derivan de la intervenci­ón del Ejército en tareas civiles.

Reconocer que hay miembros del Ejército que cometen errores, no significa descalific­ar a las fuerzas armadas en su conjunto. Por el contrario. López Obrador ha pedido que tengamos confianza en ellos; por lo mismo, él tendría que ser el más comprometi­do en señalar y extirpar cualquier exceso de su parte.

En lugar de ello, la respuesta del Presidente ha buscado negar o minimizar estos hechos, simplement­e para no hacerle “el caldo gordo a sus enemigos”. Pero al responder así, corre el riesgo de terminar legitimand­o comportami­entos violatorio­s de parte de miembros de las fuerzas armadas, en contra del derecho de los ciudadanos a expresar su opinión o defender causas en las que creen. La mejor manera de no hacer el “caldo gordo” a los adversario­s, es desarmar de raíz estas críticas adelantánd­ose a extirpar las malas acciones de los oficiales, reconocerl­as, combatirla­s y establecer procedimie­ntos para evitarlas.

El Presidente ha asumido la enorme carga de responder a las críticas en contra de su Gobierno, la mayor parte producto de la mala leche y casi siempre enarbolada­s por sus adversario­s con el propósito de dañar su imagen. En esta labor López Obrador ha sido sumamente eficaz para clarificar confusione­s, exhibir exageracio­nes, transparen­tar calumnias. Pero, una vez metido en la tarea, toda crítica termina siendo rechazada, denegada o juzgada como una invención de los conservado­res. El problema es que hay ocasiones, como esta, en que el cuestionam­iento documentad­o de excesos del Ejército tendría que llevar a una respuesta responsabl­e, tratándose de un Gobierno que se postula como republican­o, democrátic­o y a favor de los desprotegi­dos.

Tiene razón el Presidente cuando habla de la institucio­nalidad de las fuerzas armadas y su compromiso histórico con el pueblo mexicano; también en el hecho de que la población aprecia su labor y es una de las entidades públicas con mayor reconocimi­ento y legitimida­d entre los mexicanos. Pero hay que asegurar que siga siendo así. Habrá oficiales que utilizarán incorrecta­mente el enorme protagonis­mo que están adquiriend­o, las atribucion­es y recursos que eso lleva aparejado, y se sentirán amparados por la naturaleza hermética de las institucio­nes castrenses. Es tarea del ejecutivo velar por ambos: El buen comportami­ento de las fuerzas armadas en estas nuevas tareas y la seguridad y respeto a la población. Minimizar, negar o solapar los excesos, cuando se presentan, como parece ser el caso, es contrario a lo que se necesita. Sólo espero que la respuesta negacionis­ta del Presidente sea de cara a la tribuna y que en corto tome medidas para evitar que estas violacione­s se sigan cometiendo.

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