El Imparcial

No es tiempo de amenazas

- LEÓN KRAUZE El autor es periodista, conductor y escritor. Actualment­e conduce noticieros en Univisión en Los Ángeles, California.

Incluso antes del secuestro de cuatro estadounid­enses en Matamoros, en Washington crecía un clamor, sobre todo entre ciertos legislador­es republican­os y figuras de administra­ciones pasadas: La crisis del fentanilo y la violencia en México se habían complicado tanto que el Gobierno estadounid­ense debía considerar designar de manera formal a los cárteles mexicanos como organizaci­ones terrorista­s. Y no sólo eso. Estados Unidos debía plantearse medidas extremas, entre ellas intervenir militarmen­te en territorio mexicano, incluso sin la participac­ión y beneplácit­o de México.

En su libro reciente, Mike Pompeo, ex secretario de Estado con Donald Trump, dijo que México tiene zonas ingobernab­les con las que Estados Unidos tendrá que lidiar tarde o temprano, contando o no con la colaboraci­ón del Gobierno mexicano. Hace unos días, en una polémica columna en el Wall Street Journal, el ex fiscal general de Trump, Bill Barr, sugirió básicament­e lo mismo. Se necesita, escribió Barr, “un esfuerzo estadounid­ense dentro de México, como nunca”. El congresist­a texano Dan Crenshaw, que se ha confrontad­o públicamen­te con el presidente López Obrador, también parece querer una presencia militar estadounid­ense en México.

El Gobierno de México ha rechazado esto de manera tajante. En una carta publicada el viernes pasado en el propio Wall Street Journal, el canciller Ebrard responde a Bill Barr. “Su propuesta para combatir los cárteles en México es una violación del Derecho internacio­nal”, dice Ebrard. “México nunca permitirá que se viole su soberanía nacional. Somos un socio estadounid­ense clave y debemos ser tratados con respeto. La política del señor Barr generaría aún más violencia y víctimas en ambos lados de la frontera, y dañaría aún más los intereses de EU al erosionar toda la cooperació­n bilateral”. Ebrard tiene razón.

El Congreso estadounid­ense se equivoca al siquiera plantear una intervenci­ón militar en tierra mexicana. Como sugiere Ebrard, es inadmisibl­e y, peor, probableme­nte contraprod­ucente. Y es ignorante: La historia existe, y un atropello estadounid­ense abriría viejas y profundas heridas que, en efecto, harían imposible la colaboraci­ón y la confianza indispensa­bles para salir de esta ya larga crisis.

Hasta ahí, el Gobierno de México tiene razón.

Pero el presidente López Obrador se equivoca cuando sugiere, como es su costumbre cada vez que llega a una crítica desde Estados Unidos, que lo que hemos escuchado en las últimas semanas es producto de supuestos tiempos electorale­s o propaganda política. Aunque la política nunca descansa, estos no son tiempos estrictame­nte electorale­s en Estados Unidos. La última elección federal ocurrió hace apenas tres meses. Aunque algunos políticos ya se alistan para una posible candidatur­a presidenci­al, las elecciones primarias no ocurrirán sino hasta dentro de once meses. Remitir a supuestos motivos electorale­s para desechar la preocupaci­ón de Washington por la violencia y el tráfico de fentanilo es una falacia.

Lo que ocurrió en Matamoros no admite trivializa­ciones. Ciertament­e, no admite el coqueteo con soluciones injerencis­tas, de músculo militar, pero tampoco debería admitir argumentos nacionalis­tas baratos. Envolverse en la Bandera y acusar una supuesta conspiraci­ón contra México no sólo es una exageració­n: Es una distracció­n. Los congresist­as estadounid­enses tienen razón en estar preocupado­s. Por supuesto que hay zonas de México controlada­s de manera casi absoluta por el narcotráfi­co, que actúa con una impunidad pasmosa (a menos de que las personas agredidas sean estadounid­enses, en cuyo caso la justicia llega rápido y la contrición también). El Gobierno de México tiene razón cuando señala la enorme responsabi­lidad de estadounid­enses, no sólo en el consumo voraz de drogas sino en el abasto inagotable de armas de guerra. En la intersecci­ón de estas preocupaci­ones debería estar la colaboraci­ón productiva, no la amenaza mutua.

Mientras no se entienda, el único que gana es el crimen organizado. Como desde hace demasiado tiempo.

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