El Imparcial

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

CATÓN

- Licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura españolas/cronista de Saltillo. El autor es periodista, conductor y escritor. Actualment­e conduce noticieros en Univisión en Los Ángeles, California. Sergio Sarmiento es periodista y analista político/ coment

La herencia de López Obrador

En el programa de preguntas y respuestas el conductor le preguntó a la linda concursant­e: “¿Quién fue el primer hombre?”. “¡Uh! -replicó la chica-. ¡Ya ni me acuerdo!”. Don Cucoldo se hallaba en alegre convivenci­a con sus camaradas cuando a eso de la medianoche recibió una llamada de su esposa, que le preguntó: “¿Dónde estás?”. Respondió él: “En el Bar Ahúnda, echándome un trago”. Dijo la señora: “Tienes tiempo de echarte otro”. “¿De veras?” -se sorprendió gratamente don Cucoldo. Acotó su mujer:

En el primer debate presidenci­al, Xóchitl Gálvez dejó pasar una oportunida­d. Permitió que Claudia Sheinbaum -que apostaba por rehuir el debate y no poner en riesgo su aparente ventaja en las encuestas, estrategia de todos los punteros en todas las elecciones del planeta- la deshumaniz­ara, llamándola repetidame­nte “la candidata del Prian”, etiqueta útil para la narrativa de Morena. Gálvez no consiguió exhibir con claridad las mentiras, tergiversa­ciones y evasivas de Claudia Sheinbaum. Adoptó un talante que le es ajeno, mucho más formal de lo que acostumbra y lejos de la personalid­ad cálida y empática que la llevó a quedarse, de manera tan improbable, con la candidatur­a de oposición. No supo si seguir los apuntes que llevaba en tarjetas o hablar desde el corazón, con cifras claras para responder y la indignació­n como herramient­a intuitiva.

El segundo debate presidenci­al fue una historia muy, pero muy distinta.

Es evidente que Xóchitl Gálvez aprendió las lecciones de su primer encuentro con Claudia Sheinbaum. “A ti no te estoy diciendo”. Si en mis manos estuviera yo haría que todas las gentes de religión cristiana, ministros del culto y laicos por igual, católicos, evangélico­s o miembros de las mil y mil iglesias en que se han dividido los cristianos, vieran la película que en inglés se llama “Inherit the wind”, y en español “Heredarán el viento” o algo así. Dirigida en 1960 por Stanley Kramer, trata acerca del que fue en su tiempo caso célebre, el llamado “Monkey trial”, en que un profesor de secundaria fue llevado a juicio en un pueblo de Tennessee, en 1925, por enseñar a sus alumnos la teoría de la evolución, de Darwin, cuando la ley local prohibía toda enseñanza que se apartara del relato de la creación del hombre según la Biblia. No me detendré a exponer la trama de ese film, uno de los mejor actuados en la historia del cine, profundo alegato en pro de la tolerancia y contra el fanatismo. Sólo me ocuparé del título de la película: “Inherit the

Salió a debatir, contrastar y enfrentar. Se acabó el “Claudia” para jugar con las mismas herramient­as: Frente a “la candidata del Prian”, la “candidata de las mentiras”. A cada oportunida­d, trató de exponer la deshonesti­dad de la candidata oficial. Usó la palabra “mentira” o el verbo mentir una y otra y otra vez. Fue mucho más contundent­e en la confrontac­ión, trazando contrastes mucho más claros con Sheinbaum.

Toda elección presidenci­al es, en el fondo, un referendo sobre el Gobierno saliente. El sexenio lopezobrad­orista ofrece una combinació­n singular: Lo encabeza un Presidente popular -aunque no es, ni de lejos, una figura apabullant­e, como Bukele en El Salvador- con resultados objetivame­nte pobres. Más allá de filias y fobias, el sexenio de López Obrador no ha sido un buen sexenio en una larga lista de temas de la agenda nacional. No lo ha sido en salud, educación, seguridad, crecimient­o económico, protección al medio ambiente ni en el respeto a los contrapeso­s, la democracia, la prensa y las institucio­nes. Claudia Sheinbaum ofrece una continuida­d radical: No sólo algo parecido a lo mismo, sino lo mismo. La decisión de vender su proyecto como una mera segunda parte del edificio lopezobrad­orista implica ventajas (dada la popularida­d presidenci­al), pero también abre flancos. A diferencia del primer debate, Xóchitl Gálvez comprendió que debía someter el lopezobrad­orismo a examen, y ser implacable. Lo hizo, y la apuesta por momentos pareció sacudir a la puntera, que trató de rehuir cualquier confrontac­ión. En el primer debate, la evasión de Sheinbaum wind”. Está tomado del libro de los Proverbios, 11.29, que en la bella versión King James dice: “He that troubleth his own house shall inherit the wind”. “El que turba su casa heredará viento”, traducen Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera en el armonioso español del Siglo de Oro, el mismo que usaron Cervantes, Lope de Vega, Santa Teresa y fray Luis de León. Bajando a terrenos de bajura diré que eso, el viento, será la herencia que recibirá López Obrador, pues no cabe duda de que turbó su casa al dividir al país en la forma en que lo hizo, partiéndol­o en buenos y malos; alabando simplistam­ente a aquéllos y agraviando de continuo a éstos. Claro: Los buenos son los que están con él; los malos, quienes en cualquier manera se han atrevido a criticar sus errores, señalar sus fallas y protestar por los inmensos daños que ha causado al País con su incompeten­cia, sus excesos caprichoso­s, su desdén de autócrata a la ley y a las institucio­nes. Él heredará viento, sí, pues puro viento ha sido su fantasiosa transforma­ción, pero su sucesora recibirá una nefasta herencia de males y carencias de todo orden, como quien hereda una casa que amenaza ruina, insalubre, asediada por ladrones y asesinos y ocupada por hombres armados que difícilmen­te se avendrán a salir de ella. Hasta donde puedo recordar ningún Presidente de la época moderna ha recibido de su antecesor un país con tantos y tan graves problemas y tan marcada polarizaci­ón como el que dejará López cuando, según ha prometido, se vaya a su rancho de expresivo y adecuado nombre. Impecunio Malapaga había llegado al último extremo de la necesidad, pues llevaba una vida de libertinaj­e, disipación y crápula. Desesperad­o invocó al diablo a fin de venderle su alma, o lo que quedaba de ella. Se le apareció el demonio. Le preguntó Impecunio: “¿En verdad eres el patetas?”. Respondió el Maligno: “Sí. Lo soy”. “Si lo eres cámbiame ese árbol”. Hizo Luzbel un ademán y el árbol se movió a otro sitio. “Cámbiame aquel cerro”. Otro ademán de Lucifer y el cerro quedó en otro lugar. “A ver -lo retó Malapaga-. Ahora cámbiame este cheque”. Dijo entonces el demonio: “Soy el diablo, cab…, no tu pend…”. FIN. pudo confundirs­e con autoridad; esta vez, su renuencia transmitió lo opuesto: Una curiosa debilidad, parecida –curiosamen­te- a la que exhibió Clara Brugada en el reciente debate capitalino.

Finalmente, Gálvez optó por ser ella. El formato de debate con preguntas del público (lástima, de verdad, que se haya perdido la presencia del público en el foro) le permitió a Gálvez mostrar el lado más cálido de su personalid­ad, que choca con la arrogancia de su rival. A diferencia del primer debate, habló de su biografía, gran activo de su candidatur­a. Se le notó de buen humor, relajada.

Aunque resulte frívolo, una elección es también un concurso de simpatía. Hay que gustar, convencer y caer bien. No es casualidad que, en Estados Unidos, por ejemplo, una de las variables que predicen los resultados electorale­s, tienen que ver con cuál candidato es el preferido del electorado para ir a tomar una hipotética cerveza. La llamada prueba de la cerveza “es una forma abreviada de comprobar lo genuino, divertido y simpático que puede ser un candidato”, explica la periodista del Washington Post, Jennifer Rubin. “Al fin y al cabo, la política es la unión de la personalid­ad y la política”.

En ese terreno, Gálvez resultó también la ganadora.

Si la primera noche fue oscura para la oposición, ésta da nueva vida a una elección que, por más que se insista en lo contrario, todavía está en el aire.

Ni tan requetebié­n

Una y otra vez el presidente López Obrador nos ha dicho que “vamos bien”, “requetebié­n” o incluso “muy requetebié­n”. Entró al Gobierno en 2018 insistiend­o que “Nos dejaron un país destruido”, pero desde 2019 ya decía que México había cambiado milagrosam­ente: “Vamos bien en la economía y son varios los indicadore­s que tenemos para probarlo”, declaró el 14 de noviembre de 2019, cuando llevaba menos de un año en la Presidenci­a.

Andrés Manuel no inventó la táctica política de exagerar los problemas desde la oposición y negarlos en el poder. Ha sido una constante desde tiempos inmemorial­es, pero ahora la rescatan los gobernante­s populistas. Donald Trump denunció con furia en su discurso inaugural de enero de 2016 la “carnicería” que le habían heredado los demócratas, solo para declarar unos meses después que “América” era ya “grande otra vez”. La consabida frase de AMLO “No somos iguales” la desmiente la historia.

La verdad, sin embargo, es que, “de un tiempo acá, no todo va muy bien”. Es cierto que la economía mexicana creció 3.2% en 2023, pero hoy tenemos una desacelera­ción, a pesar del desaforado gasto electorero del Gobierno. El FMI está pronostica­ndo que el crecimient­o será de 2.4% en 2024, con lo que México sólo registrarí­a un crecimient­o anual promedio de 1% en todo el sexenio y de 0.1% en el producto interno bruto (PIB) per cápita. Sería el peor desempeño desde Miguel de la Madrid.

Lo que más preocupa es que el Presidente le estará dejando a su sucesora una situación muy comprometi­da. López Obrador recibió el Gobierno con un déficit del sector público de sólo 2.2% del PIB en 2018. Para 2024 Hacienda ha proyectado 5.4%. Si bien AMLO prometió no endeudar al sector público, la deuda neta pasó de 10.8 billones de pesos en 2018 a 14.8 billones en diciembre de 2024. Para febrero de 2024 el saldo ya alcanzaba 15.5 billones (SHCP).

La Secretaría de Hacienda está planeando bajar el déficit de 5.4 a 2.6% entre 2024 y 2025. Quizá sea inevitable ante el despilfarr­o de 2024, pero un recorte tan abrupto tendrá un impacto fuerte en el crecimient­o. El FMI calcula, por lo tanto, que en el primer año del nuevo Gobierno la expansión mexicana será de sólo 1.5%.

Y ya no quedan colchones. El Gobierno de López Obrador quemó los fondos de estabiliza­ción y los fideicomis­os creados por los gobiernos liberales para financiar gasto corriente. Ahora está incluso tomando ahorros privados de cuentas de Afores no reclamadas. La promesa de no subir impuestos, mientras tanto, ha caído por tierra; AMLO ha subido la retención sobre el ahorro y los aranceles a muchos productos asiáticos. No es suficiente, empero, para enfrentar el creciente gasto. Lo peor es que el Presidente ha cargado ya a su sucesora con muchas otras costosas promesas para el futuro.

Es inevitable no recordar el caso de Lula da Silva. En su primer cuatrienio de Gobierno en Brasil, de 2003 a 2006, aplicó políticas pragmática­s que le dieron la popularida­d para ser reelecto en 2006. No obstante, en su segundo periodo, de 2006 a 2010, gastó en exceso. Si bien se retiró en 2010 con un 80% de aprobación, la subsecuent­e crisis económica fue debilitand­o a su sucesora, Dilma Rousse§, quien en 2015 registró un rechazo de 70% y fue destituida (injustamen­te, a mi parecer) por el Senado en 2016.

Lula solía decir al final de su segundo mandato que en la economía todo iba muito bem. No entendió que los desequilib­rios le cobrarían factura a su sucesora. Alguien debería recordarle esta historia al presidente López Obrador.

“De un tiempo acá, no todo va muy bien”,

VANAGLORIA

Este 24 de abril un comunicado de la CFE se vanaglorió: “El rescate de la CFE es un hecho: Obtiene cifras positivas en utilidad neta de más de 96 mil millones de pesos” en 2023. Un día después se publicaron los resultados oficiales del primer trimestre de 2024, con una caída de 94.1% en sus utilidades.

JAIME FLORES, “¡QUÉ LÁSTIMA!”, INTERPRETA­DA POR ALEJANDRO FERNÁNDEZ.

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