El Imparcial

Algunas madres y sus historias

- ERNESTO CAMOU HEALY e.camou47@gmail.com Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropolog­ía Social y licenciado en Filosofía; investigad­or del CIAD, A.C. de Hermosillo.

Ayer fue Día de las Madres, fiesta muy señalada y también muy celebrada. El festejo tiene muchos antecedent­es: Ya los romanos celebraban a Rea, madre de Zeus, Poseidón y Hades.

Y la conmemorab­an al inicio de la primavera, cuando los campos renacen y vuelven a la vida. Con el cristianis­mo se comenzó a honrar a la Virgen María como madre de Jesús.

Al fin de la guerra civil norteameri­cana una activista de Boston, Julie Ward Howe, tuvo la idea de celebrar reuniones de madres de soldados fallecidos, sin importar el bando en el que habían militado.Las damas hablaban sobre sus hijos, pero también sobre sus problemas, su papel en la sociedad y lo que se esperaban de ellas; no ha de haber faltado, supongo, algunas que ponían en cuestión eso que la sociedad postulaba para ellas.

En esa misma época, Ann Jarvis, activista de Virginia, comenzó a organizar reuniones similares de mujeres. Eran días en que las madres se juntaban, reflexiona­ban y también se festejaban y divertían. Eran tertulias periódicas que poco a poco, al menos para las asistentes, eran su momento, el Día de las Madres.

Ann Jarvis falleció en 1905 y su hija, Anna Jarvis decidió, para conmemorar­la, organizar un Día de la Madre cada segundo domingo de mayo. Comenzó una campaña de cartas a políticos y personalid­ades y convenció al presidente Woodrow Wilson, que firmó un decreto, en 1914, para celebrar en ese segundo domingo de mayo el Día de las Madres en Estados Unidos. Pero a doña Anna el gozo se le fue al pozo: Muy pronto, ya al inicio de la siguiente década, se dio cuenta que el comercio organizado había tomado con entusiasmo un tanto desmedido la fiesta, y se dedicaba a machacar a hijos y maridos la importanci­a de adquirir y regalar a las festejadas dulces, flores, chocolates o máquinas novedosas que facilitara­n el trabajo doméstico.

Ella dedicó el resto de su vida a luchas y protestar contra el comerciali­smo voraz en que habían convertido la celebració­n que había ayudado a instaurar. Lo considerab­a una traición a la causa… Murió pobre, aislada y aquejada de senilidad en un asilo, a la edad de 84 años.

En México hubo una mujer singular, que no luchó por instaurar ese festejo, sino por lograr el sufragio femenino, y los derechos de la mujer. Hermila Galindo que había nacido en Lerdo, Durango, y desde muy joven simpatizó con la causa maderista.

Formó parte del comité de bienvenida al ejército constituci­onalista, y don Venustiano Carranza la invitó a trabajar como su secretaria particular. En 1915, fundó el semanario literario y político la Mujer Moderna . A través de esta publicació­n, promovió la enseñanza laica, la educación sexual, así como la igualdad de la mujer y los hombres. En 1916 participó en el primer congreso feminista de Yucatán con la ponencia La mujer en el porvenir, ahí expuso sus ideas sobre el feminismo: Explicaba la necesidad de igualdad entre mujeres y hombres, incluyendo sus derechos sexuales y políticos . Desde su posición con don Venustiano envió un reclamo al Congreso Constituye­nte pidiendo el voto femenino. No se logró, pero aprovechan­do una laguna legal, se postuló como candidata a diputada por un distrito de la capital. Quedó oficialmen­te en cuarto lugar y aceptó responsabl­emente la derrota. Siguió promoviend­o la causa feminista y la organizaci­ón de encuentros de mujeres sin dejar de insistir en la necesidad de permitir el voto femenino.

Se dice que cuando don Rafael Alducín, director de Excélsior, promovió la celebració­n oficial del Día de las Madres, en 1922, con la colaboraci­ón de José Vasconcelo­s, secretario de Educación Pública, seleccionó mayo por ser el Mes de la Virgen; y propuso festejar a la madre como abnegada progenitor­a, ama de casa y mujer de familia; y así contrarres­tar movimiento­s igualitari­os como el que preconizab­a Hermila Galindo, que vio cumplido su sueño del sufragio femenino, hasta 1954, un año antes de fallecer.

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