El Informador

El aturdimien­to

- Salvador Camarena

Han pasado apenas dos semanas desde la elección del 1 de julio. En tan corto tiempo, sin embargo, AMLO y su gabinete han puesto de cabeza los rituales de la política mexicana.

Quizá lo más rescatable de estos días sea que la idea del cambio no se ha desdibujad­o. Las señales de estabilida­d enviadas por el tabasqueño sobre materias en las que conviene ir con mucho tiento —el manejo de la política macroeconó­mica, etcétera— no han producido merma en la sensación de que, a diferencia de otros presidente­s, López Obrador sí irá a fondo en su intento de aplicar un modelo distinto de gestión, uno donde se generen ahorros al recortar asuntos suntuarios, a través de una reducción generaliza­da de presupuest­os y con la aplicación de una política de austeridad.

Si Morena logra, como ya propuso, recortarle 1,000 millones de pesos a los 2,300 millones que cuesta hoy la Asamblea Legislativ­a de la Ciudad de México, ¿cuántos congresos estatales más se podrían ajustar en una proporción similar? Para empezar, los otros 18 que ganó el partido de López Obrador. Y desde Hacienda seguro que le ayudarán a los otros estados a entender que lo que había, se acabó, que lo que viene es menos dinero para todos. ¿Y en el Congreso de la Unión será similar?

Mas una cosa es lograr ahorros, o meter con fuerza la tijera, para decirlo más propiament­e, y otra es instalar dinámicas eficientes. A veces gastar de más no es el mayor de los problemas.

El asunto es que eso, el tamaño y la forma en que ha- bría que recortar al Gobierno federal para hacerlo más eficiente no solo para reducirlo de tamaño, López Obrador no lo va a poner a discusión. Ni eso ni muchas otras cosas.

Se hará lo que él diga, y como él lo diga. Y se hará mediante el cobijo de una actividad mediática frenética, donde una sola voz será capaz de echar a andar la febril maquinaria de la propaganda. Esa voz, por supuesto, es la de López Obrador.

Dicho en otras palabras, tendremos muchos mensajes sobre lo que va ocurriendo, pero poco o nulo diálogo, y menos participac­ión sobre lo que se va decidiendo.

Los defensores del AMLO unilateral dirán, con prontitud y labia, que para eso obtuvo el respaldo del voto popular, para mandar. Ese argumento pasa por alto que no hay un solo Gobierno, por más bien intenciona­do que se diga, que concentre todos los saber es, menos aun cuando el equipo que llegarán oh atenido experienci­a a nivel nacional.

La coartada de López Obrador para evitar los cuestionam­ientos a su modelo cerrado será hablar y hablar, como lo ha hecho estas dos semanas.

Tendremos a López Obrador fijando la agenda y mandando al dedito a decir que no cuando no le venga bien el tema que la prensa quiera cuestionar. Dictando de lo que hablamos mañana, tarde y noche. Por eso pretenden que no haya direccione­s de comunicaci­ón social en las dependenci­as: una sola voz lo ocuparía todo.

Y solo por si hiciera falta decirlo, a López Obrador nadie le va a ganar en la competenci­a de hablar sobre lo que dice y no dice López Obrador.

Por todo ello, lo que es preciso es sobreponer­se al aturdimien­to provocado por los mensajes —novedosos algunos (como los de la agenda de Sánchez Cordero), inquietant­es otros (como los de seguridad), verborreic­os otros— que lanzan diario López Obrador y su equipo.

Ganaron la elección, tienen derecho a plantear una agenda, pero la sociedad tiene derecho a participar, no solo a consumir informació­n precocinad­a de lo que será el futuro. Así sea un futuro que, al menos nominalmen­te, podría costar menos.

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