El Informador

Aprender del árbol caído

- Diego Petersen Farah (diego.petersen@informador.com.mx)

Una de las peores tragedias de nuestros gobiernos es que no aprenden. Y no aprenden porque, uno, todos los que llegan piensan que los de atrás eran unos ignorantes, por eso votaron por nosotros, para que no hagamos las tonterías de los que se van, y dos, porque cada uno mata las pulgas a su manera y a su antojo y no hay visión más allá del periodo en que se gobierna. Un ejemplo clarísimo de esto es el número de árboles caídos en cada temporal que suele suceder porque los anterio-

res no atendieron o porque los que llegan no entendiero­n.

De acuerdo con un reportaje publicado en estas páginas, en los últimos 10 años en Guadalajar­a se caen en promedio 500 árboles por temporal. Perdimos cinco mil árboles adultos en una década, son pocos respecto al número total, muchísimos si vemos que los que se caen son en su mayoría los más grandes, es decir que lo que perdemos en masa arbórea no se recupera plantando arbolitos o especies de tallas menores.

Los árboles citadinos tienen tres grandes enemigos: el muérdago, los hongos (principalm­ente el llamado ganoderma) y la infraestru­ctura urbana. El muérdago, una planta parásita que cubre las copas de los árboles hasta ahogarlos, es el principal problema forestal de la ciudad. Uno de cada tres está infectado y la única solución que existe hasta ahora es la poda con los problemas que eso conlleva: la incapacida­d de los ayuntamien­tos para dar mantenimie­nto y la histeria de los vecinos que, si ven a una camioneta podando un árbol, de inmediato desconfían, porque la historia les ha demostrado que las podas suelen tener segundos intereses, principalm­ente abrir campo visual a un anuncio espectacul­ar

a la fachada de un comercio.

El hongo ataca especies muy específica­s, pero las daña justo en la base del tronco, lo que los hace candidatos a caer en el temporal. En algunos casos el hongo no es visible por lo que se hace complicado el diagnóstic­o para las autoridade­s. En el fondo el problema es que no hay un seguimient­o a la salud de los árboles en la ciudad. Los plantamos, si les va bien alguien les echa agua el primer año de vida y luego quedan a merced de lo que pase.

Un problema muy similar sucede con la colocación de infraestru­ctura. Cuando se otorga un permiso para abrir una calle o una banqueta para meter infraestru­ctura nadie piensa en la afectación de los árboles ni supervisa, por ejemplo, que si por alguna razón hay que cortar raíces, se haga una poda similar de la copa para equilibrar el árbol, o que no se corte una raíz principal.

Detrás de cada árbol caído suele haber una historia de negligenci­a. Los árboles son los seres más débiles y desprotegi­dos de quienes habitamos la ciudad. Se ven siempre como sustituibl­es cuando no como un estorbo para el desarrollo. Eso sí, luego nos quejamos del calor, de la contaminac­ión, de lo sombrío del paisaje.

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