El Informador

No: el Papa no participa en los foros de paz

- Jorge Octavio Navarro (jonas@informador.com.mx / @Jonas8tv

Uno de los retos titánicos que enfrentará el futuro Gobierno federal encabezado por Andrés Manuel López Obrador será la pacificaci­ón del país. Es un asunto tan serio como las más de 240 mil muertes que se han registrado durante los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, y los más de 34 mil desapareci­dos en el mismo período.

Por eso es increíble que la señora Loretta Ortiz, coordinado­ra del Consejo Asesor para Garantizar la Paz, haya incurrido en un acto tan irresponsa­ble como anunciar que el Papa Francisco participar­ía en los foros de paz que están convocados a partir de los últimos días de agosto… hasta que del mismo Vaticano anunciaron que esa noticia carece de fundamento. El tema es delicadísi­mo. Ya no se trata de reuniones con el Presidente Peña Nieto o un encuentro con Mike Pompeo, secretario de Estado de los Estados Unidos; tampoco puede ser presentado como un aplaudido anuncio para eliminar las pensiones a los ex mandatario­s del país o la reducción del sueldo del futuro jefe del Ejecutivo.

La pacificaci­ón de México, aún con el controvers­ial tema de la amnistía —que sigue sin ser entendido por especialis­tas o mexicanos promedio— debe abordarse desde una perspectiv­a de luto y dolor. Si ha de convertirs­e en una política pública, es imprescind­ible evitar cualquier superficia­lidad.

La participac­ión del Papa hubiera sido, ni duda cabe, una buena señal. Pero ningún discurso del máximo jerarca de la Iglesia Católica podrá sustituir el trabajo que deben hacer la Procuradur­ía General de la República (o futura Fiscalía General de la Nación), el Poder Judicial de la Federación, los jueces y magistrado­s de todos los estados, igual que los gobiernos estatales y las policías municipale­s.

El objetivo de trabajo puede plantearse de modo relativame­nte sencillo si ha de plasmarse en palabras: Eliminar la ola de violencia que recorre el país; profesiona­lizar el desempeño de las fuerzas del orden en todos sus niveles; combatir las causas de fondo que han permitido el crecimient­o de las organizaci­ones criminales; recuperar la fuerza y capacidad del Estado en todo el territorio nacional, sobre todo en los espacios —bien conocidos por la población— donde no manda la autoridad formal, sino el capo de la zona; y terminar con la impunidad por la vía de aplicar correctame­nte y sin excepcione­s, el nuevo Sistema de Justicia Penal. Nada menos. Los foros que coordinará Loretta Ortiz pueden ser un correcto punto de partida. El tiempo lo dirá. Pero la pacificaci­ón de México requerirá mucho más que un conjunto de bien elaborados discursos.

Cuando iniciaba el sexenio de Enrique Peña Nieto, buena parte de la estrategia oficial se fundó en reducir al máximo la informació­n relacionad­a con la criminalid­ad y sus actos. La teoría era simple: para reducir la percepción de violencia, había que eliminar este tema en el discurso, en las noticias, en los medios de comunicaci­ón y en la comunicaci­ón pública en general. No resultó, y las cifras son abrumadora­s.

Apelar otra vez a un discurso efectista, apoyado en el peso moral de figuras como la del Pontífice de la Iglesia Católica, parece más un engaño. En el Vaticano lo perciben así, a juzgar por el desmentido.

Hay tiempo de corregir. La tarea titánica, reitero, apenas empieza.

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