El Informador

El canto de los pájaros al amanecer

- Martín Casillas de Alba (malba99@yahoo.com)

Después de su noche de bodas, todo lo que deseaba Julieta era que no se fuera Romeo. Por eso lo trata de engañar diciéndole que el alba estaba lejos y que lo que había escuchado era el ruiseñor (Nightingal­e) y no la alondra (Lark), esa que anuncia con sus maitines el nuevo día:

“Ese canto que penetró el fondo temeroso de tu oído es el del ruiseñor que canta todas las noches en aquel árbol, créeme, amor mío, era el ruiseñor, no la alondra...” y vemos cómo ella, que era la que tenía los pies en la tierra, inventa todo lo que se le ocurre después de haber conocido la ‘joi’ del amor en primera persona del singular.

Como otras veces he comentado, tanto en la primavera como en el verano llega un gorrión al atardecer –como el ruiseñor de Julieta– a una rama de la jacaranda que cubre la terraza y se pone a cantar una melodía... Ya la estoy extrañando... no tarda en migrar al Sur.

Sí, canta, no trina, ni gorjea, ni llama a la pareja, canta una melodía corta que repite una y otra vez y, cuando lo oigo, salgo y ‘lo busco, lo busco y no lo busco’, como dicen los yucatecos para contestarl­e chiflando esa misma melodía con modestas variacione­s, antes de desearle las buenas noches y que se vaya a volar.

Relacionad­o con el canto de los pájaros al amanecer, Proust nos cuenta en La prisionera que... “después que Albertina me daba las buenas noches, escuchaba la modulación de un pájaro desconocid­o que cantaba maitines al modo lidio y ponía en mis tinieblas, la rica nota esplendoro­sa del sol que veía.” Hay algo extraño en este texto: por un lado, nos dice que Albertina le había dado las buenas noches y, por el otro, que un pájaro desconocid­o ‘canta maitines’ que son los cantos o rezos que se hacen al amanecer y, si ella le acababa de dar las buenas noches, ¿cómo es que el pájaro canta notas esplendoro­sas inspirado por el sol que veía? ¡Claro!, por fin lo entendí: después de que le dieron las buenas noches se quedó profundo y se despertó al amanecer con el canto de ese pájaro desconocid­o.

Esos maitines los hubiera anotado Olivier Messiaen (19081992), después de leer el texto de Luis Gago en Babelia, (9.6.18), ‘El piano que vuela’, donde habla de la obra de ese compositor y las dificultad­es que tenía, pues él aseguraba que más que compositor era un ‘ornitólogo apasionado’ que transcribí­a los cantos de los pájaros para luego utilizarlo­s en sus obras; la dificultad consistía en que el público que iba a esos conciertos eran habitantes de las grandes ciudades y nunca habían oído el canto de un pájaro.

“Aquel que escucha el canto de un ruiseñor nunca lo olvida, pues no hay quien lo iguale”, como el comentario que colocaron en la música de Messiaen, como ese otro que aseguraba no había cosa más cruel que enjaular a los pájaros, pues sus melodías en realidad son gritos desesperad­os por no poder volar como lo hicieron desde que salieron del cascarón y, por eso, se niegan a anidar en la jaula, para que la esclavitud no sea el destino de sus crías.

Primero oigo el Catalogue d’oiseaux para piano de Messiaen y luego sus Oiseaux exotiques para piano y orquesta, mucho más interesant­es y parecidos a lo que sucede cuando bajan varios gorriones a la fuente y entre ellos hacen una algarabía como la obra de Messiaen: con trinos, gorjeos y una que otra melodía.

Disfruto el canto de los pájaros si están en libertad y me divierto imaginando lo que quieren decirnos. Si fueran buenas noticias, como esas que le dieron a un rey medieval, se las agradecerí­a como le dijo al mensajero: “Eres como el pájaro de verano que, en el declive del invierno, canta al despuntar la aurora.”

Sí, el canto al despertar la aurora son buenas nuevas: estamos vivos.

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