El Informador

Un magnífico compañero de viaje

36 horas a bordo de este estupendo sedán nos hicieron, probableme­nte, adictos

- Sergio Oliveira/monterrey

Se dice que la mejor forma de conocer a alguien es viajar con ella. Mientras más largo el viaje, mejor se le conoce. Pasa lo mismo con un auto. Y luego 4 días, cerca de 36 horas y más de 2,400 kilómetros en un Lincoln Continenta­l, va a ser difícil aceptar otro compañero de viaje.

Nuestra aventura empezó en Mérida. Ahí visitamos el distribuid­or Lincoln local, quien ya tiene la renovada imagen de la marca en su agencia, más elegante, fresca y moderna. En ella tomamos nuestro Continenta­l, con un color azul oscuro e interior beige claro que la marca nombra “capuchino”. Instalados los tres habitantes que compartirí­amos el auto en los siguientes cuatro días, salimos con dirección a Villahermo­sa. El Sol nos acompañó por tiempo suficiente para ver las aguas del Golfo de México a nuestra derecha, pero cuando cruzamos los puentes hacia Ciudad del Carmen, Tláloc ya nos había llenado de agua los caminos y haciendo que nos diéramos cuenta aún más de la solidez de manejo del Continenta­l que con su tracción integral, no deja a deber nada a los mejores autos europeos.

Solo en la mañana siguiente pudimos apreciar la belleza de la capital tabasqueña, con sus calles llenas de flores y árboles, su precioso palacio municipal y sus exóticos tanques elevados. Sin tiempo para disfrutarl­a más, salimos en dirección a otra ciudad hermosa, llena de historia y cultura: Puebla. En el camino embellecid­o por la visión del Pico de Orizaba a nuestra derecha, pudimos sentir la capacidad de aceleració­n del Continenta­l y sus 400 caballos de fuerza.

Todos estábamos a gusto y los tres nos turnamos en los asientos del piloto, copiloto y trasero derecho, diseñado para ser el más cómodo de todos y desde donde se puede ajustar el sistema de sonido; la cortina del medallón trasero; el techo panorámico; el estéreo y hasta el asiento delantero derecho, para mejorar el espacio en ese lugar.

Tal vez influencia­da por la nieve que cubre el Orizaba y el Popocatépe­tl, a las siete de la mañana siguiente la hermosa Puebla se empezaba a cubrir de la luz solar y el termómetro marcaba 12 grados centígrado­s. La chamarra era necesaria solo para subirse al Continenta­l, porque en él ya podíamos poner la calefacció­n tanto en el ambiente como en los asientos traseros, aunque no era para tanto.

El muy buen nivel de insonoriza­ción del Continenta­l nos obligaba a, en cada caseta, abrir la cortina del quemacocos para poner nuestro aparato para pagar de forma electrónic­a, ya que a través del parabrisas no se detectaba. Llegamos a Aguascalie­ntes luego de disfrutar los hermosos paisajes de la autopista Arco Norte, en el que las lluvias de la temporada habían recién pintado de verde desde las planas orillas hasta las montañas que enmarcaban el horizonte. La calidez de la tarde se transformó en la capital de Aguascalie­ntes en otra fría mañana.

El consumo

La obligatori­a parada para repostar nos presentó la única variable importante en el consumo, que siempre fluctuó entre 8.1 y 8.5 km/litro, algo que para el tamaño, peso y potencia de nuestro Lincoln, nos parecía sobresalie­nte. Pero en una gasolinera en las afueras de la ciudad con dirección a Zacatecas ese consumo subió de manera inexplicab­le a 6.9 km/litro, lo que nos hizo pensar que era más bien un problema de “litros incompleto­s”.

El camino a la Sultana del Norte fue el más agradable hablando de conducción y, curiosamen­te, el único que usamos tramos de carretera libre, que tiene doble carril, asfalto en muy buen estado, poco tráfico y enormes rectas que nos permitiero­n ver que la velocidad máxima limitada del Continenta­l es de 215 km/h.

Afuera el paisaje empezaba a mostrarse desértico. Los cactus anunciaban la llegada del calor y el termómetro del auto nos confirmaba. En la llegada a Monterrey marcaban 39 grados. Una visita con el distribuid­or local, que nos recibió de manera muy atenta y amable, marcaba el final de una aventura que exigió mucho esfuerzo físico y concentrac­ión, casi 36 horas dentro de un auto en cuatro días, cerca de 2,400 kilómetros rodados, 300 litros de combustibl­e consumidos y alrededor de 6 mil pesos usados en ese concepto.

Pocos autos como el Continenta­l nos hubieran hecho sentir tan cómodos y seguros en el trayecto y segurament­e ninguno en su rango de precio, de 1.287 millones de pesos. Lo único mejor que estar en él por ese tiempo fue ver que, muchas veces, no hay nada como un buen viaje por carretera, con la libertad que nos da parar donde queremos, donde el paisaje está al alcance de nuestra voluntad y donde la prisa de los aviones no tiene lugar.

 ?? FOTOS: EL INFORMADOR • S. OLIVEIRA ?? MAJESTUOSO. El Continenta­l frente a un tanque elevado en Villahermo­sa. ÚLTIMO ESTIRÓN. Tras cuatro días, nos alistamos para llegar a nuestro destino: Monterrey. CÓMODO. Tres ocupantes disfrutamo­s del confort y manejo del Continenta­l por más de 2,400 kilómetros.
FOTOS: EL INFORMADOR • S. OLIVEIRA MAJESTUOSO. El Continenta­l frente a un tanque elevado en Villahermo­sa. ÚLTIMO ESTIRÓN. Tras cuatro días, nos alistamos para llegar a nuestro destino: Monterrey. CÓMODO. Tres ocupantes disfrutamo­s del confort y manejo del Continenta­l por más de 2,400 kilómetros.
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 ??  ?? PINTORESCO. En el trayecto con el Continenta­l quedamos encantados con el hermoso paisaje de México; al fondo, el Pico de Orizaba.
PINTORESCO. En el trayecto con el Continenta­l quedamos encantados con el hermoso paisaje de México; al fondo, el Pico de Orizaba.

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