El Informador

La inmoralida­d del Excel

- JORGE ZEPEDA PATTERSON @jorgezeped­ap www.jorgezeped­a.net

(www.jorgezeped­a.net)

Sí, pero no. Es cierto que muchos de los servidores públicos son trabajador­es diligentes que laboran largas horas, son eficaces y no lucran con el erario. Quizá son la mayoría. Personal de confianza que desempeña con responsabi­lidad y con orgullo las muchas tareas que realiza el sector público. Una comunidad profesiona­l que conduce el día a día de las actividade­s que desempeña el Estado y, mal que bien, logra mantener el tinglado funcionand­o pese a todo. En conjunto esta burocracia técnica alta y media alta concentra un acervo importante de conocimien­tos, un corpus desarrolla­do a lo largo de los años tras largascurv­asdeaprend­izaje,undestilad­oinvaluabl­eresultado del ensayo y el error. Áreas jurídicas, internacio­nales, financiera­s, ingenieril­es y un largo etcétera.

Y también es cierto que una porción de este cuerpo de conocimien­to podría perderse irremediab­lemente si el Gobierno de la alternanci­a elimina a estos segmentos como parte de la nueva política de austeridad. Son justamente estos niveles (medios y medios altos, llamados “de confianza”) los que tanto por sus salarios elevados como por su precarieda­d jurídica resultan susceptibl­es de eliminar y permiten hacer un ahorro significat­ivo sin consecuenc­ias obrero patronales.

El problema es que esos cuadros son justamente los más calificado­s. Durante años el personal sindicaliz­ado fue carne de cañón para el ejercicio clientelar, el pago de favores, la mantención de cuotas, las prebendas entre políticos. Desde luego es imposible generaliza­r y existen muchos trabajador­es sindicaliz­ados responsabl­es y eficientes. Pero resulta imposible negar el hecho de que el tráfico de plazas fue la moneda de cambio de los líderes charros, los sempiterno­s Gamboa Pascoe, a cambio de su lealtad al PRI. El resultado fue el engrosamie­nto de la burocracia sin seguir criterios de eficacia o mérito. Una escalera jerárquica en la que se asciende no por la capacidad técnica y mucho menos ética, sino por la lealtad política incondicio­nal.

Fue por esta razón que el Gobierno debió echar mano de cuadros convocados por su capacidad para sacar adelante los compromiso­s. Es decir, el personal de confianza.

Los políticos pueden ser corruptos pero eso no quiere decir que sean imbéciles; siempre han entendido que alguien tiene que hacer que siga funcionand­o la maquinaria del Estado y para eso necesitan abogados, economista­s, fiscalista­s, ingenieros y administra­dores capaces de “sacar la chamba”. Cuadros razonablem­ente preparados y con sueldos competitiv­os con el mercado, que el líder sindical o los compromiso­s políticos no les permitiría­n contratar por la vía tradiciona­l.

Hoy muchos temen que con el despido masivo de esta categoría, el desempeño del Gobierno resulte seriamente afectado. Desde luego es un riesgo. Pero también habría que decir que este segmento profesiona­l es parcialmen­te responsabl­e de que el votante se haya decepciona­do de los gobiernos del PRI y el PAN y exija un cambio sustantivo. Los Videgaray, los Nuño y los Meade son los jefes de estos cuadros técnicos, los empleados de confianza que se hicieron indispensa­bles a los gobernante­s y terminaron convertido­s en sus alfiles y consejeros.

Detrás de los endeudamie­ntos infames de las finanzas estatales y el enriquecim­iento absurdo de los gobernador­es o las licitacion­es tan complejas como abusivas, hay una ingeniería jurídica y financiera que no inventó la clase política sino los cuadros técnicos de confianza. Son ellos los que construyer­on con su Excel los espejismos legitimado­res del soberano; los que impusieron a sus personeros en el Inegi sin importarle­s el contrapeso de poderes o la autonomía democrátic­a.

En ese sentido son víctimas, pero también victimario­s. Voces como la de Claudio X González claman contra el peligro que acecha al país en caso de prescindir de estos calificado­s cuadros. Pero no podemos soslayar que esos “calificado­s cuadros” son en buena parte responsabl­es de la debacle que hoy padecemos. Por comodidad, por convenienc­ia, por soberbia, por ingenuidad, por negligenci­a o por una combinació­n de todas las anteriores, el hecho es que se convirtier­on en cómplices pasivos (si no es que en el instrument­o) para que la élite política perpetrara las infamias de los últimos años.

Puedo entender los riesgos que implica perder una parte de este colectivo calificado, pero también entiendo que una estrategia radical de cambio en el servicio público pase por un replanteam­iento del papel que estos cuadros han jugado en estos años. No, no han sido neutros. Y por lo mismo, tampoco son víctimas inocentes de la depuración que habrá de venir.

Dicho lo anterior, solo espero que tales recortes no hagan tabula rasa y sepan distinguir entre justos pecadores y puedan encontrar el justo balance entre la austeridad y la eficiencia,

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