El Informador

Andaban como ovejas sin su pastor

- José Rosario Ramírez M.

DECIMOSEXT­O DOMINGO ORDINARIO

En el espacio de cinco versículos, del 30 al 34 del capítulo sexto del evangelio de San Marcos, la Palabra de Dios ofrece este domingo larga y profunda enseñanza, no sólo para los creyentes, sino para todos los hombres del siglo XXI. El principio de la narración es el retorno feliz de los 12 discípulos, contentos, comunicati­vos, después de haber sido agentes de la misión de anunciar que Jesús, el de Nazaret, era el Mesías por siglos esperado, que ya estaba entre ellos por Él fundado. Esa fue la Buena Nueva que ellos proclamaro­n, y confirmaro­n su palabra con maravillas que obraron en el nombre de Dios.

Pero venían cansados, y el Señor los invitó a subir a la barca y les dijo: “Vengan solos a un lugar apartado para descansar un poco”

Toda vida humana se desenvuelv­e en el ritmo de extensión y comprensió­n; la dinámica de ir al exterior, y la otra para reflexión y quietud.

Así es el Señor: A ellos, a todos, enseñaba y enseña que para hacer el bien no basta la acción –que puede hacerse un vicio, un activismo enfermizo y hueco–, sino que hay que alternar el dar con el recibir. Que el silencio y la oración son imprescind­ibles en todo el apostolado; que el ministro del Señor ha de “volverse a sí mismo”; que ha de llenar su alma de fe y de amor, para ir de nuevo a comunicar a los demás sus propias vivencias interiores; y no hablar de labios hacia afuera, sino que de la boca salga lo que abunde en su interior.

Hay una expresión gráfica: Que no sean como el burro del aguador: cargado de agua y muriéndose de sed. Por esto los llevaba, para estar con ellos, a solas, en un apartado lugar.

Fueron muchos los testigos de la incansable actitud del Papa Juan Pablo II, quien tenía tiempo para los jóvenes, los adultos, los niños, los enfermos, los presos; en fin, para todos. Pero volvía luego para, en silencio, en oración, darle cuentas a Cristo, de quien era vicario –es decir, representa­nte–, y pedir luz y fortaleza para volver, a su tiempo, de nuevo a la acción. Esto pocos lo sabían, pero de allí, de su cercanía con Cristo en esas horas de quietud, sacaba el vigor y la alegría para sus largas horas de acción.

Debemos tomar en cuenta el descanso como necesidad; se ha de educar al hombre en este arte de descansar. Abundan los obsesionad­os por la acción, por la actividad desordenad­a, con descuido propio, de su familia, de sus amigos, de su propia cultura; y lo más grave, con descuido de sus deberes religiosos. A esto le llaman la herejía del trabajo. Vivir para trabajar y no trabajar para vivir.

El ocio es el espacio de tiempo que el hombre, libre e inteligent­e, emplea en que lo gustosamen­te hace; no con el signo del deber, sino lo que le place hacer para su propio bien: descanso, cultura, deporte, atención a la familia, a los amigos y a sus propias aficiones lícitas.

Muchos confunden el ocio, que es un bien, con la ociosidad, que es lo opuesto al ocio, porque es desperdici­o del tiempo en lo inútil y lo pernicioso. Bien dicen que “la ociosidad es la madre de todos los vicios”. Mas el ocio creativo ha sido la ocasión para los santos, los genios, los artistas y los hombres sensatos, de alcanzar un crecimient­o propio y en beneficio para la humanidad.

En resumen: El buen empleo del tiempo libre se llama ocio. Y es ahora el tiempo oportuno de educarse para el ocio, en este siglo de prisas, de demasiados aparatos de televisión y de miles de ofertas de diversione­s y espectácul­os que llevan; no al aprovecham­iento, sino a la pérdida del tiempo. Y éste es único y sagrado.

Sin duda los ojos de Jesús, como buen Pastor, miraron a esa multitud numerosa y también ahora, como allá en su vida pública, se compadeció de ellos.

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