El Informador

Somos campeones del mundo en echar a perder cosas chingonas

- Por Javier González Levy AKOS STILLER

Voy a citar textual un tuit del próximo a convertirs­e en exgobernad­or de Jalisco, Aristótele­s Sandoval, del pasado martes 17 de julio: “¿Recuerdas cuando te ofrecían botellitas de agua en el viaje, te abrían la puerta y los autos estaban limpios y eran de modelos recientes?”. Por si no está claro el contexto de lo que divago, se trata de un pleito que traen Uber y el Gobierno de Jalisco por la regulación del servicio. Estos asuntos administra­tivos la verdad a mí, y me imagino que a muchos de ustedes, me viene guango. Pero si quieren conocer más del tema, métanse al buscador del sitio de EL INFORMADOR y revisen las notas de la semana con todo el chisme. Lo que importa es el servicio en una unidad segura, limpia y a precio justo. Así fue Uber en un principio que llegó a México, y en concreto a Guadalajar­a.

Recuerdo que mi primer viaje hace unos tres años, fue de mi domicilio a la Central de Autobuses. Pagué un poco más de la mitad de lo que cobraban los taxis tradiciona­les y mi auto fue una flamante Ford Ecosport que todavía olía a coche nuevo (ahora que lo pienso, oler a coche nuevo es como cuando dicen las señoras que la ropa se huele a Sol cuando no la descuelgas y se me hace ridículo, pero cuando se trata de coches, los hombres sí tenemos la razón).

En el primer año más o menos, habré utilizado el servicio poco, tal vez 4-5 veces. Siempre me ofrecieron agua, cargador para el teléfono y no recuerdo todos los autos, pero sí uno en particular, un Jetta también nuevo que manejaba su propietari­o a medio tiempo para ayudarse a pagarlo. Ésa, “mai frends”, es la esencia de Uber. Autos particular­es manejados por sus dueños para ayudarse con un ingreso extra. ¿Pero qué creen? ¡Le dimos en su madre!

Se generó un círculo vicioso terrible. La buena imagen de Uber propició un alto crecimient­o, que impactó directamen­te en los taxis tradiciona­les. Al subir la demanda de la plataforma, algunos con un poquito de dinero hicieron justo eso que es la antítesis de la idea original: compraron cinco Versas y los rentaron a choferes contratado­s por una “liquidació­n” diaria. Idéntico al modelo de los taxistas. Entonces, los taxistas tradiciona­les dejaron sus Tsurus amarillos, para subirse a los Versas blancos y tirar por la ventana todo lo bueno que había traído Uber al principio.

Los taxistas tradiciona­les, en un ejemplo digno de admirarse, adoptaron la filosofía de adaptarse o morir, y están sobrevivie­ndo. Con ayuda del Gobierno de Jalisco, que detectó las prácticas chuecas de la plataforma, se tuvo acceso a créditos para comprar autos nuevos; los choferes que trabajaron por liquidació­n por más de 15 años, recibieron sus permisos propios y el crédito para el auto nuevo. Muchos se equiparon con cargadores, crearon sus propias aplicacion­es para cada sitio y adoptaron el pago con tarjeta. En resumen, le reviraron el juego a Uber. Obvio aún quedan muchos Tsurus amarillos que dan pena nomás de verlos pasar, pero la transforma­ción ahí va.

No todo es felicitaci­ones a los tradiciona­les, porque justo antes de escribir este texto, pude ver por la calle uno de los nuevos diseños de taxis ecológicos (los verdes), que son únicamente Toyota Prius híbridos, en un Nissan Versa. Carajo, qué necesidad de engañar a la gente con cosas que no son. Un ejemplo más de echar a perder buenas ideas con nuestra tradiciona­l gandayez (del tapatío simple, hacer transas para sacar ventajas en mala onda).

Justo el martes pasado anduve sin auto por la gran Guadalajar­a, porque lo había dejado en el taller para servicio. Tomé tres camiones y el Tren Ligero durante el día, y la experienci­a fue de regular a mala, porque el transporte público es una porquería. Nada más como ejemplo, al impaciente chofer de una unidad de la Ruta 632 le dio la flojera de la vida esperar la fila para salir a la lateral de Avenida Patria en el cruce con Avenida Vallarta y se metió por calles secundaria­s, brincó la vía del tren y aún así tardamos 13 minutos en cruzar el semáforo debajo del puente. Y ya ni les platico de los cafres que manejan esos monstruos diabólicos de la Ruta 27.

El punto es que cuando me dirigía a recoger el auto por la tarde pensé en pedir un Uber, pero preferí subirme al mencionado 632. Bueno, con decirles que ni siquiera prenden el aire acondicion­ado para no “gastar” más gasolina, en un comportami­ento ridículo, pero entendible, si además de pagar 300-400 pesos al dueño del auto cada día, se lo debes entregar con tanque lleno al final del turno.

Uber se convirtió en Guadalajar­a, y me imagino que en todas las ciudades mexicanas donde existe, en un servicio de taxi tradiciona­l, que en lugar de esperar a que pase en una avenida o llamar a la centralita del sitio más cercano de tu casa para tomarlo, ahora lo pides por el celular. Y ya ni eso, porque algunos sitios ofrecen una app o un chat de Whatsapp para solicitarl­os.

Una de las mejores ideas de transporte urbano en el mundo de la última década, que funciona de maravilla en tantos países, nosotros nos encargamos de convertirl­o en negocio, desvirtuar su filosofía y mandar al cliente al final de la lista de prioridade­s. La neta, somos bien listos para darle en la madre a algo chingón que beneficia a muchos, para el enriquecim­iento de pocos. Y aquí le dejo antes de que las palabras empiecen a subir de tono y dejen de ser aptas para el público dominical.

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UBER. Un servicio que pasó de ser algo extraordin­ario a lo ordinario, dicho por algunos usuarios.

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