El Informador

Armando González Escoto La tremenda corte

- Armando González Escoto

Este fue el título que tuvo un viejo programa de radio a cuyo protagonis­ta principal le llamaban “Tres Patines”. Era ni más ni menos la expresión humorístic­a, aguda e inteligent­e de la idiosincra­sia cubana, donde el papel de vividor y mañoso lo representa­ba el actor más simpático, si bien con la pedagógica enseñanza de que hiciera lo que hiciera finalmente siempre salía condenado, pues el juez ni era tonto ni tampo- co sobornable, por más que tendiera a estar imponiendo multas a diestra y siniestra.

El tema no era gratuito, en todas las naciones el ejercicio de la justicia ha sido crucial para su desarrollo y estabilida­d. En el origen de las sociedades humanas establecer árbitros de recto juicio y por lo mismo inapelable fue siempre un asunto fundamenta­l que requería de perfiles exigentes, que generaran confianza en la sociedad y en los litigantes, pero además, árbitros sujetos igualmente a leyes que castigaran con severidad cualquier desvío en el desarrollo de una función de la mayor importanci­a, pues estaba de por medio el valor de las leyes y el respeto a los valores asumidos.

La corrupción de los jueces genera impunidad, y la impunidad trae consigo la anarquía y el caos. México es uno de los países donde esta realidad se ha visto con la mayor crudeza, pues si la función de los jueces cae en manos de un “tres patines” agravado y aumentado ya no hay garantía alguna para las leyes ni para la sociedad.

Desde la antigüedad la importanci­a de los jueces a la hora de hacer justicia sobre cualquier asunto los ha hecho un blanco permanente para el soborno, el chantaje y la amenaza, incluso hace apenas algunos años en un país sudamerica­no, los jueces debían presentars­e en la Corte enmascarad­os a fin de tomar las decisiones que debían sin temer represalia­s por parte de los afectados. En México no es necesario, ya que muy frecuentem­ente las sentencias se dictan en favor de los fuertes, de los recomendad­os, o en acato a la línea que reciben de aquel que les dio el cargo y quien por lo mismo los protege frente a cualquier agravio.

Haber decidido que para evitar la corrupción de los jueces era necesario otorgarles un jugoso salario fue un error muy serio y costoso. Para evitar la corrupción de los jueces se debe castigar con la mayor severidad, pues a todo mundo le consta que aún los salarios más elevados no impiden aceptar sobornos, la avidez nunca ha tenido límite.

El problema es que las conductas corruptas vienen desde muy alto, ni más ni menos desde la llamada Suprema Corte de Justicia que ahora legisla y hace jurisprude­ncia para protegerse a sí misma frente al riesgo de la transpaere­ncia. Establecer como norma que por cinco años no están obligados a transparen­tar sus acciones es una decisión escandalos­a que abre inmediatam­ente el universo de las sospechas ¿Qué quieren ocultar? ¿Qué hicieron mal que no desean que se sepa? ¿Es para eso que la sociedad les paga los muy onerosos salarios que reciben?

La corrupción de los jueces genera impunidad, y la impunidad trae consigo la anarquía y el caos

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