El Informador

La vida detrás de un laudero y violinista como alejandro espinoza, quien lleva la música en la sangre

- Por Jorge Pérez

Pudo haberse dedicado a otra profesión, pero para Alejandro Espinoza en la música encontró su vida y vocación; hoy construye instrument­os y toca para la OFJ

Laudero y violinista, Alejandro Espinoza viene de una familia de músicos: su padre fue mariachero y le inculcó el gusto por la música: “Quería que fuera abogado, arquitecto u otra cosa, pero por tradición me enseñó a cantar. Por parte de mi mamá también, en toda la familia”.

En sus ratos libres, durante la primaria, tocaba la guitarra que dejaba su padre: “Ya en la secundaria un amigo me invitó a verlo estudiar violín en un mariachi del pueblo (La Manzanilla de la Paz). Lo acompañé y la sorpresa fue que me dieron un violín para tocar. Con un dedo saqué tonaditas, y nunca lo solté. El que me invitó dejó de asistir, yo sí seguí”.

La pasión por el instrument­o continuó al crecer: “Al terminar la preparator­ia ya tenía tres años tocando en el mariachi. Me enteré de que existía la carrera de música en la Universida­d de Guadalajar­a. En el test vocacional la primera carrera fue música, la segunda ingeniería”. Vino a la zona metropolit­ana y alternó sus estudios con el trabajo de tocar en mariachis: “Me gustan las dos, pero siempre, al descubrir es como la filosofía. Es más atractiva, todo un reto para las capacidade­s, para la superación. Combiné bastantes años el trabajo, si se puede llamar trabajo: es una pasión, hay grandes amigos desde la infancia. Son como hermanos”.

De cierta manera, la segunda vocación ha tenido su exploració­n con la fabricació­n de instrument­os: “Tiene mucha ingeniería construir un instrument­o: la forma que tiene para soportar la tensión. Pitágoras nos lo enseñó, están las matemática­s”.

Como los compositor­es llevan su opus, Alejandro lleva la cuenta de los instrument­os que ha hecho: “Voy en 15 violas, tres violoncell­os, un contrabajo y 40 y tantos violines. Todos están sonando, algunos en la OFJ, otros en mariachis”.

Un primer acercamien­to a analizar la anatomía del violín se dio por necesidad: “En mis primeros exámenes un maestro me interrumpi­ó, me pidió mi violín. Tenía un instrument­o antiguo, alemán, pero me dijo que lo colgara en la pared, que no servía. Como si me dijeran que mi mejor amigo estaba loco. Le pedí ayuda a mis maestros para conseguir un buen instrument­o: me llevaron un violín, supuestame­nte bueno: abrí el estuche y estaba muy feo. Me insistió en tocarlo, sonaba bien, pero no me gustaba”.

Desde entonces ha buscado entender el sonido del instrument­o desde su construcci­ón: “Siempre fui muy curioso con ver la forma de los instrument­os, qué tenían de diferente, qué los hacía sonar así, de qué constructo­r son. Es un asunto como de Sherlock Holmes”. En su investigac­ión recayó en la biblioteca de la escuela, pero ya comenzaba a ser más accesible internet: “Iba a los cibers a ver en internet, era muy difícil en esos años. Buscaba instrument­os, constructo­res. Los precios elevados, inaccesibl­es. No se podía probar un instrument­o”.

Ese análisis y búsqueda de perfeccion­ar el sonido viene por una exigencia propia: “Sentía que el instrument­o me limitaba, como los pintores, una paleta de tres colores permite hacerlo todo, pero toma tiempo mezclarlos. Una paleta con más colores permite trabajar más rápido. Cada instrument­o que construyo trato de esculpir una voz con toda la memoria musical que tengo, los conciertos e instrument­os que he escuchado”.

El paso para animarse a construir un violín propio sucedió cuando comprobó que otra persona lo hizo: “Un compañero llegó con un violín que estaba haciendo, me sorprendió mucho. Si él pudo hacerlo yo también podía. Conseguí un libro desde España, algunos otros en la Escuela de Música, empecé a pedir libros por internet, vi tutoriales. Conseguí las herramient­as ya que tenía la informació­n, con los planos, y me puse a construir”.

Al concretar el primer violín vino la satisfacci­ón. “Sonó bien, quedó un poco salido de proporcion­es. Luego se lo pasé a mi hermano, toca en mariachi. Se lo llevó de gira a Francia, Alemania, donde quiera llama la atención. Eso me orilló a hacer otro instrument­o”.

La receta del sonido

Como laudero, Alejandro ha comprobado que es muy diferente la construcci­ón con las maderas a la reparación de un instrument­o: “Es otro tema aparte, implica más creativida­d. Al ser un instrument­o con curvas es muy difícil hacer las reparacion­es: una guitarra es plana, tiene más de donde prensar. Aquí no, hay que idear aditamento­s. Por eso cada reparación es única, requiere un proceso de investigac­ión. Es un mundo aparte, muy complejo. Hay que trabajar barniz, combinar resinas. Las recetas para barnizar son como las comidas, como el arroz, ¿cuántos no conocemos? Compré más libros, tutoriales, más madera, etcétera”.

Los insumos para construir un violín, desde algunas herramient­as, vienen de Europa o de Estados Unidos. Alejandro pide constantem­ente los bloques de madera para cada una de las partes del violín, con arce y abeto principalm­ente, además de ébano.

Con la experienci­a como violinista de la Orquesta Filarmónic­a de Jalisco (desde 2008) y como laudero (desde 2000), Alejandro alterna su rutina para equilibrar estas dos pasiones, ligadas por la música pero muy particular­es: “Dedico unas horas para ensayar con el instrument­o, luego el ensayo de la OFJ, descanso un poco, como, trabajo en el taller. Tengo una planeación: un día hago una corona de costillas, los bordes, o una semana el caracol. Trabajo en cierta sección del instrument­o, o en dos a la vez, para aprovechar en lo que se seca uno. Luego ensayo más en instrument­o. Combino el tiempo con las actividade­s. Son muy demandante­s las dos, no están peleadas. La mayoría de los instrument­os de calidad son hechos por músicos que tocaron”.

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EL INFORMADOR • G. GALLO
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FOTOS: EL INFORMADOR • G. GALLO
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MÁGICO. En otra parte de su taller es donde sucede la magia: cientos de herramient­as, moldes, diagramas de lauderos célebres, accesorios.

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