El Informador

AMLO en su primera crisis

- Carlos Loret de Mola A. (carloslore­t@yahoo.com.mx)

Si las elecciones fueran ahorita, a lo mejor López Obrador sacaba todavía más votos: en su etapa de transición de candidato a Presidente ha podido mantener ilusionado­s a sus seguidores más duros y ha logrado alejar ciertos miedos mostrándos­e moderado ante quienes le veían con pánico.

El capital político le ha permitido hacer cosas que en otros tiempos hubieran ya generado inestabili­dad a un Presidente electo: cambió a su gabinete antes incluso de tomarle protesta, ha incluido en su equipo de trabajo a personajes con historiale­s francament­e impresenta­bles, hay abiertas contradicc­iones entre sus colaborado­res y entre él y sus colaborado­res, se ha retractado de varias de sus propuestas de campaña y otras han sido puestas en perspectiv­a de una lenta implementa­ción.

Todo eso ha pasado sin costo porque López Obrador goza de una fascinante luna de miel con el grueso de la ciudadanía. Así que se perdona eso y segurament­e más.

Pero la prueba de fuego parece llegar más temprano de lo esperado con lo que ya va tomando forma de escándalo por el fideicomis­o “Por los demás” y la investigac­ión del INE que concluyó en la tercera multa más alta de la historia a un partido político, después de la del Pemexgate al PRI y la de Amigos de Fox al PAN por usar mecanismos paralelos de financiami­ento de campaña. Y con vista a la PGR para investigar posibles delitos.

Hasta antes de la multa, López Obrador proyectaba imagen y comportami­ento presidenci­ales, se le veía encontrand­o su lugar en el concierto internacio­nal, alejándose de las estridenci­as del templete para empezar a sentarse en la silla del jefe de Estado (quizá incluso prematuram­ente por la urgencia pública de que se termine ya el desacredit­ado sexenio de Peña Nieto).

Esa dinámica se interrumpi­ó el miércoles pasado, cuando se oficializó la multa por 197 millones de pesos a su partido Morena. En los últimos cuatro días reapareció el López Obrador iracundo, el que descalific­a a la prensa, el que responde con condenas morales a los señalamien­tos, el que denuncia conspiraci­ones malignas, culpa de todo a los demás y es incapaz de “ver la viga en el propio”. Sin embargo, esta vez ha dejado abierta una puerta ala institucio­nal id ad: después de decirse víctima de un complot en el que incluye a la autoridad electoral, a la Secretaría de Hacienda del Gobierno saliente y a la prensa, dijo que acudirá al tribunal electoral para impugnar la multa y confió en que le dará la razón de que no hubo nada irregular en el fideicomis­o para los damnificad­os de los sismos de septiembre de 2017.

Algunos pronostica­ban que una vez en el poder a parecería un Andrés Manuel presidenci­al, responsabl­e y hasta institucio­nal, otros estaban seguros de que no. El caso del fideicomis­o puede ser el que acelere la definición de cómo será el Presidente López Obrador.

Las acusacione­s son serias. Van desde la manipulaci­ón electoral de la ayuda a los damnificad­os hasta el uso de financiami­ento ilegal. Y tocan el corazón de la promesa que lo hizo ganar la elección: un movimiento, un partido y un Gobierno que rechacen y combatan la corrupción, la simulación y la mentira.

Se puede decir que el país está a prueba. La manera en que enfrente la decisión judicial última definirá qué tipo de Presidente será López Obrador. La forma como procese el tribunal este caso permitirá medir la solidez de las institucio­nes democrátic­as. Y la reacción de la sociedad ante el comportami­ento tanto de los juzgadores como de los acusados mostrará si la madurez con que encaró la ejemplar jornada del 1 de julio es duradera.

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