* Perros flacos
Enrique Meza y Roberto Hernández —técnicos de Puebla y Morelia, respectivamente—, de ordinario mesurados en sus comentarios, esta vez dieron las notas discordantes…
La derrota de sus “camoteros” ante el Cruz Azul, la tarde del viernes en el Estadio Azteca, sin transformar al apacible émulo del apacible Mr. Hyde (Meza) en la versión totonaca del torvo Dr. Jekyll, además de impulsarlo a encarar al cuerpo arbitral en pleno al final del partido, lo llevó a declarar, en discordancia con su estilo habitual, que esperaría una ocasión para celebrar una victoria de su equipo, “con dos goles de regalo”.
* Roberto, por su parte, deploró la premura con que el silbante José Alfredo Peñaloza dio vuelta a la página: de dar por bueno el gol de último minuto del Morelia, a la súbita anulación del mismo. Es decir, a la interrupción de los festejos por el empate con sabor a triunfo, y a la intempestiva reanudación del partido: el despeje de Talavera y la celeridad con que Sambueza aprovechó el descontrol de los michoacanos para amargarles la fiesta con el gol de la puntilla.
Hernández, además de la aseveración de que hubo “una serie de cosas raras”, dejó en el aire la pregunta: “¿Qué hubiera pasado si esa acción hubiese sucedido en la otra área…?”.
* Para los entendidos en el tema del arbitraje, incidentes como los señalados y como varios más que fueron consignados por los cronistas como las inevitables piedritas que se fueron en el guisado en otros partidos de la jornada, son indicios de que urge aplicar el VAR, a la brevedad posible, en el futbol mexicano. Si la tecnología ya existe y la Liga mexicana se precia de ser “una de las mejores del mundo”, es imperativo tomar medidas orientadas a reducir el margen de error en las decisiones arbitrales… aun a sabiendas —como quedó demostrado en el reciente Mundial de Rusia— de que es ilusorio pretender erradicarlas por completo.
* Por vía de mientras, por más que se insista en que los errores arbitrales son “inherentes al futbol”, “inevitables” y en que “no hay consignas”, la maledicencia se alimenta de la maldita casualidad de que los poderosos resultan, vía de regla, más beneficiados de los errores arbitrales que los débiles.
Por alguna misteriosa razón, las pulgas parecen tener predilección por los perros más flacos… y aversión por los más robustos.