El Informador

Un juego entre dos culturas

- Martín Casillas de Alba (malba99@yahoo.com)

La cultura surge en forma de juego, tal como concluye el holandés Johan Huizinga una vez que define una de las etapas de nuestro desarrollo como homo ludens asegurando que la cultura es el desarrollo del juego, como ahora lo pudieron experiment­ar en Basel, Suiza, cuando Cristina Kahlo expuso Posthispán­ico MX, uno de esos juegos entre dos culturas.

“Por encima de nosotros el ángel juega siempre”, dice Rilke en una de sus Elegías del Duino y cuando conocemos lo que Cristina pudo mostrar en ese país y resulta que lo apreciaron, entonces, pudo comprobar que el desarrollo del juego es el origen de la cultura.

Tuvo éxito con la obra que presentó en la galería Belle View (Ort für fotografie­n) bajo el patrocinio de la Stiftung Bartels Fondation, zum Kleinen Markgräfle­rhof, sus anfitrione­s para que pudiera exponer, guiar y dar conferenci­as durante casi un mes en esa ciudad a orillas del Rin.

Cristina juega con figuras y esculturas de obras prehispáni­cas, intervenid­as para lograr la “intervisua­lidad, el nuevo lenguaje visual e histórico” como lo define Graciela Kartofel, en donde logra acercarlas en el tiempo, contrastan­do lo construido con lo que podría ser ahora en el posthispán­ico en México.

Cuando la artista interviene la escultura Olmeca llamada el Guardián, colocándol­e ‘ojos’, automática­mente se lleva a cabo la metamorfos­is y del ‘pre’ al ‘post’ antes de seguir jugando con un tríptico en donde ha puesto al centro la escultura ‘pre’ de una mujer o diosa maya que parece que canta. A los lados, una seño-

ra y una joven con rasgos mayas: la señora enfadada, adornada con un collar que intervino la artista rojo chinchilla; la joven, sonríe desnuda del cuello, posando para el escultor de nuestro tiempo. Las fotografía­s en blanco y negro las interviene de manera sutil, con delicadas coloratura­s en lugares apropiados.

Como la intervenci­ón de varios espacios para lograr “Veinte maneras de ver el Anahuacall­i”, un monstruo de edificio, transforma­do con ese color, en algo tolerable.

Juega y por eso nos presenta una historieta con nueve imágenes en la siguiente secuencia: empieza con el Popo y su exhalación, una fumarola como señal de humo que se eleva como un hilo blanco ascendente; en las siguientes cuatro secuencias el humo se va transforma­ndo en un mapa de la República que flota por los aires hasta que desaparece por el cielo y el volcán se quede inerte, como el rey del universo y como si no hubiera pasado nada... tal como esa famosa parodia de Hipócrates de ‘yo no fui, fue Teté’, inocente de lo que fue capaz de hacer con un final feliz: majestuoso y despejado, solo y su alma, rodeado por un azul apacible, sin fumarola alguna, como a veces lo vemos en el invierno.

Juega con la carita sonriente o, más bien, con ocho caritas (2 por 4), tal como esa que vio Peter Brook cuando estuvo en México a finales de los 60’s, quien al verla dijo: “Así es como quiero que salga el público después de ver el Sueño de una noche de verano que voy a montar en Stratford-upon-avon”. Ron Rosenbaum, maestro de Yale, fue a verla en el verano de 1970 y le resultó ser “un parteaguas en su vida y como si le hubiera caído un rayo para ser transporta­do física y metafísica­mente hablando a una altura nunca antes ni después alcanzada”.

Cristina colocó las caritas sonrientes al lado de una joven que podemos conectar con esa carita, pues sonríe ampliament­e y con su sonrisa llena el espacio, como si quisiera recordarno­s cómo es que debemos atender la vida con humor, como esa pieza prehispáni­ca que también tengo en mi estudio para que no se nos olvide que, en esta vida, no hay que tomar las cosas tan en serio.

Cristina jugó con todo esto y lo llevó a Basel en donde tuvo éxito tanto con la crítica europea, como en el mercado del arte fotográfic­o.

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