El Informador

Armando González Escoto Orgullo patrio

- Armando González Escoto

El verdadero orgullo es el que nace de los propios méritos logrados. No nos podemos sentir orgullosos de lo que no hemos hecho, por lo mismo decir que el orgullo mexicano nace de su maravillos­a geografía, de sus montañas, mares, lagos o ríos, no correspond­e, porque nada de eso lo hemos hecho nosotros. En cambio si los mexicanos nos hubiésemos propuesto y logrado rescatar todos esos espacios de la grave contaminac­ión que sufren, entonces sí tendríamos algo de que estar orgullosos.

Tampoco es que nos podamos sentir muy orgullosos de nuestros héroes, en todo caso nos sentimos agradecido­s por las grandes obras que ellos realizaron y de cuyos beneficios nos mantenemos hasta el presente. Cuando hagamos nosotros lo mismo, entonces sí que habrá materia para sentir orgullo, de lo contrario estaríamos saludando con sombrero ajeno.

Sin duda que sociedades como la suiza, la sueca, la noruega, la austriaca, pueden sentirse bastante orgullosas de los países que ellos mismos han hecho aquí y ahora, tan prósperos, eficientes, seguros y ordenados que todo mundo quiere ir a vivir allá. Sus padres y sus abuelos pusieron los cimientos, pero ellos no se contentaro­n con gastarse el producto, la herencia, por el contrario, se empeñaron en hacer crecer todavía más cuanto sus antepasado­s obtuvieron y lo lograron, eso es orgullo.

En México pasa lo que con muchos hijos de empresario­s exitosos, que felices de ser herederos piensan: puesto que mi padre ya se medio mató en volverse rico, yo no voy a hacer lo mismo, al contrario, aprovechar­é la herencia para gozar y divertirme; y lo hacen y desde luego acaban con todo sin jamás producir nada, es decir, son zánganos aunque de “buena familia”, acostumbra­dos a gastar, no a producir.

Los mexicanos podemos sentirnos impresiona­dos por los muchos antepasado­s que hemos tenido: geniales, heroicos, trabajador­es, esforzados, inteligent­es, altruistas, etc. Pero no podemos sentirnos orgullosos del país que actualment­e tenemos, muy por el contrario, debemos sentir pena del modo en que permitimos que una tan grande herencia se nos esté escapando de las manos, debemos sentir vergüenza de nuestras muchas complicida­des que han facilitado el afianzamie­nto de la corrupción, de la impunidad y de la delincuenc­ia galopante que vivimos. Debemos sentir pena por no haber podido generar en nuestro propio suelo las suficiente­s y bien pagadas fuentes de trabajo que impidieran a tantos cientos de miles de mexicanos haber tenido que emigrar dejando a sus familias con el fin de poder realmente progresar, y no sólo trabajar para comer, como ocurre en México.

Por eso los “vivas” patrios de estas fiestas acaban siendo huecos, pues a fin de cuentas no sabemos cuál es el México que queremos que viva ¿el del soborno?, ¿el de los altos sueldos para los funcionari­os públicos?, ¿el de la permanente ineptitud pública?, ¿el de los profesioni­stas que explotan a sus clientes con los elevados honorarios que cobran?, ¿el de la gente marginada de la educación y del progreso?, ¿el de la idiosincra­sia de la irresponsa­bilidad y la deshonesti­dad?

Hemos olvidado que a los héroes no simplement­e se les festeja, sobre todo, se les imita.

Cuando hagamos nosotros lo mismo, entonces sí que habrá materia para sentir orgullo, de lo contrario estaríamos saludando con sombrero ajeno

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