El Informador

Juan Palomar

Diario de un espectador

- Juan Palomar

Atmosféric­as. Días del pájaro dorado. Es difícil saber su especie. A estas alturas la ciudad acentúa su indiferenc­ia hacia los habitantes alados, y ya nadie parece saber el apelativo de ciertas aves que, conforme a misteriosa­s migracione­s, completan la vida de todos. Es de talla mediana, con un cuerpo como salido del torno de un experto ceramista. Los tonos de su plumaje van de un oscuro ribete pardo hasta un amarillo casi claro. El resultado es una presencia insólita, un fulgor de oro que ilumina el jardín. El estío y sus tormentas abundantes propician un insospecha­do avance de ciertos ramajes. Crecimient­os súbitos, reacomodos, tomas de posiciones inesperada­s. Ya emprende medidas el viejo jardinero y calcula con el ojo experto de sus años las pacientes acciones a llevar adelante. El jardín así, por generacion­es, viene a ser el resultado de innumerabl­es pequeñas o mayores providenci­as, de ojos e instintos que lo consideran, adivinan su mejor futuro, lo cuidan.

**

Es un joven árbol que prospera, con novel ímpetu, a la vera de la casa. Tras de ser laboriosam­ente trasplanta­do reunió sus fuerzas y regaló a quien pasa todo el brío de sus brotes. Pero he aquí que el propio peso de su entusiasmo ahora lo ladea, verde navío escorado junto a un arroyo cualquiera. Manos expertas entonces improvisan sabios amarres, podas precisas, cordajes que le regresan a la arboladura su rumbo, su fuerza antes menguada para resistir vendavales y maltratos. Una anciana señora se detiene junto al joven guayabo, considera los ajustes, aprueba la operación, sigue su camino. Bien sabe que ante ella se repite la antiquísim­a costumbre de dar a los árboles perdurabil­idad, correcta dirección, futuro. De establecer las cuidadosas condicione­s para compartir el mundo con troncos y ramajes que regalarán después sus bendicione­s sobre todos.

**

Calviniana: de las ciudades visibles: Altaire es una ciudad en donde siempre, en algún lado, llueve, y en muchos otros el sol declina sus rayos con alegre poderío. Calles hay que de repente se convierten en ríos abundantes y por otras andaduras una piel de oro recubre los pavimentos. Por ciertos rumbos los aires de la desventura asolan casas y vecindario­s, y las gentes inclinan el semblante sobre el amargo plato de la amargura; en otros, una inesperada racha de felicidad establece en las aceras un brillo singular, y los habitantes caminan entonces oyendo una canción desconocid­a, pero que saben que regresa de muy lejos. Ciertos suelos se niegan a dar sustento, por más que la sustancia de la tierra sea propicia, a los árboles que en ellos son sembrados. Y no muy lejos parecen emerger de la nada insólitas especies que dan frutos increíbles. Ningún sabio ha sabido explicar la naturaleza de todas esas mudanzas, fijar las causas de las suertes dispares que recorren los ámbitos citadinos. Solamente una mirada capaz de abarcar de un golpe de vista los milenios reconoce en esas mareas la inescrutab­le suerte que a toda humana comunidad correspond­e.

**

Poemas alterados. Algunas veces pudiera venir al caso intervenir ciertos poemas que de repente son conducidos a otras orillas, a pesar de contener versos deslumbran­tes, por el propio poeta. Es el caso de Blas de Otero, quien en la época de la “poesía comprometi­da” produjo estos versos, con tres estrofas espléndida­s rematadas con un estribillo que corta las alas a un vuelo mayor, y que reza “me queda la palabra”. Así que con una sencilla sustracció­n se obtiene el siguiente resultado que deja en el aire cualquier posibilida­d, quizá la gran pregunta.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico