El Informador

El que quiera seguir a Jesús

- José Rosario Ramírez M.

El Señor Jesús, el Maestro, planeó una reunión con sus doce discípulos; Él y ellos nada más. Ese día no habría la multitud ansiosa de escuchar sus palabras de amor, de vida. No se escucharía­n tampoco los gemidos y las súplicas de quienes imploraban milagros, los ciegos, los sordos, los cojos.

Lejos, en Cesarea de Filipo, fue el lugar escogido para su reunión, por varios aspectos trascenden­tes.

Cesarea de Filipo era una ciudad al pie del monte Hermón, cerca de una de las fuentes del río Jordán. Herodes el Grande construyó allí un templo de mármol en honor del emperador romano César Augusto; y Filipo, hijo de Herodes, siguió con el estilo de adular al poderoso, y a la ciudad llamada Paneas le puso el nombre de Cesarea de Filipo.

Ya en esa intimidad planeada, encontrada y sólo para ellos, el Señor inició el diálogo con dos preguntas. Esta fue la primera: “¿Quién dice la gente que soy yo?” No era ignorancia, pues bien sabía cuál era el concepto en que lo tenían sus amigos; y también todas las opiniones de sus enemigos, movidos no por la fe -no la tenían- ni por la razón, porque no querían pensar, sino movidos por la pasión, y ésta adversa siempre.

Que la pregunta fuera en el Señor ligereza o vanidad, queda del todo fuera, sin sentido. Era una forma de hacerlos entrar al fondo de la revelación, dispuesta para ese día, ya en el tercer año de su vida pública y con la mirada puesta en una cruz que le esperaba.

Esa primera pregunta fue la obertura, el norte, la entrada al momento solemne que vendría luego. Los discípulos le respondier­on: “Para unos, tu eres Juan el Bautista; para otros, Elías (profeta de la antigüedad), y para otros, alguno de los profetas”. Ahora ya venía la auscultaci­ón directa a ellos, amigos, seguidores, testigos absortos de sus milagros y mentes abiertas para recibir los raudales de luz de sus palabras.

Para ellos, cercanos a Él, generosos al dejar sus redes, sus barcas, su trabajo, sus casa, sus familias.

“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Antes de presentar la respuesta pronta, vigorosa, inspirada, de Simón Pedro, Cristo eterno siempre vivo y presente hace esa misma pregunta al hombre apresurado del siglo XXI.

Para ti, estudiante en la Universida­d; para ti, obrero de frente empapada por el sudor; para el ama de casa, el intelectua­l, el empresario, el político, el artista, para todos, va dirigido el “¿quién soy yo?”. Es saludable no traer a esta página las muchas respuestas de los enfermos de soberbia; y tampoco las respuestas vanas y vacías de los ignorantes.

La gran respuesta de Simón, el pescador de Galilea, es: “Tú eres el Mesías”. Así dice, en el Evangelio de San Marcos. San Mateo tiene amplia exposición de ese momento solemne, y así ha transmitid­o la respuesta: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16, 16)”. Ésta ha sido la respuesta de veinte siglos de cristianis­mo.

Cristo encarnado, en su humanidad y su divinidad, es el centro de esta religión, el cristianis­mo. Toda religión tiene tres elementos: el intelectua­l, el ritual o sacramenta­l y el personal o místico. Cristo es “el centro de la religión cristiana.

Es el elemento intelectua­l, porque su doctrina es Él mismo, es el dogma y la revelación, la realidad de Dios en que se cree.

Es el centro de la revelación, es Emmanuel -Dios con nosotros-. Es el elemento ritual, o sacramenta­l, en el sacrificio de la misa, donde Cristo vive el misterio de su pasión, su muerte y su resurrecci­ón, y de distintas maneras esta en los demás sacramento­s; y la misma Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se prolonga en el tiempo.

El Cristo histórico es el modelo, el ejemplar perfecto a quien seguir en el empeño de vida interior, de perfección, donde sugiere, refrena, modela, aconseja y amonesta. Cristo lo llena todo. Es la síntesis doctrinal, ritual y espiritual. “Que te conozcan a ti, único Dios verdadero, Y al que enviaste, Jesucristo”

Cristo quedó en el centro de las vidas de sus seguidores y exigió fe en Él; en distintas maneras llama: “Vengan a mi todos los que están cansados, los que están agobiados, y los aliviaré.

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