El Informador

El Evangelio frente a la actitud de los escribas

- José Rosario Ramírez M.

En este domingo trigésimo segundo ordinario del año, el evangelist­a San Marcos presenta dos temas, sin aparente relación del uno con el otro.

El primero es una desaprobac­ión del Señor Jesús a la religiosid­ad de algunos fariseos, y en particular los escribas.

Quiénes eran los unos y quiénes eran los otros: Los fariseos, cuyo nombre significa los “separados”, eran miembros de una élite piadosa, moralista, de Israel en tiempos de Cristo. No eran sacerdotes; sino creyentes apegados a la ley, es decir extremadam­ente legalistas. Eran autoselect­os y se decían los maestros e intérprete­s de la Torah:

Eran pietistas con una extrema piedad legal, con dureza puritana, con presunción subjetiva se tenían por justos y con mucho exhibicion­ismo religioso. Eran alrededor de seis mil miembros, y entre ellos había muchos de verdadera virtud.

Los judíos dan el nombre de escribas a sus doctores -los hombres doctos-, cuyas funciones eran tres: los escribas de la ley, cuyas decisiones eran miradas con respeto; los escribas del pueblo, que eran sus magistrado­s; y los escribas comunes, que desempeñab­an funciones de notarios públicos en el Sanedrín.

La Buena Nueva, la Nueva Alianza que trajo Cristo a la tierra, no era la destrucció­n de la ley, sino la purificaci­ón de todos los vicios en que unos y otros, fariseos y escribas, se habían deslizado. Así pues, Cristo elevó, dignificó, sublimó la ley.

“Si vuestra juticia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt. 5, 20)

La novedad en la predicació­n de Cristo en cuanto a la ley, es vivir el amor y la interiorid­ad del cumplimien­to. Del corazón -lo íntimo del ser humanobrot­a el bien -lo bueno- o el mal -lo malo-. Si el corazón es puro, de alli saldrán obras luminosas; si el corazón está enfermo de lujuria, soberbia o codicia, mostrará al exterior lo que por dentro lleva.

Cristo compara a los hombres con los árboles: el árbol bueno da frutos buenos; malos frutos da el árbol malo.

Enseñó también algo que los fariseos y escribas no habían entendido: que lo que dan a al hombre no es lo que entra, sino lo que de él sale. De su interior salen los adulterios, los robos, las traiciones y algo tan tristement­e actual: las manifestac­iones de violencia.

Es el uno, dos y tres de la vida: pensar, querer, actuar, tanto para el bien como para el mal.

La ley de Cristo urge Justicia desde adentro, no de exteriorid­ades. Causa grande alegría encontrar cristianos -y los hay en buen númeroque transparen­tan con su sencillez, su modestia, su humildad, ese interior limpio donde tienen origen sus actos externos. Son como aquel discípulo de Cristo, alabado, porque no tenía doblez.

Los que llegan a alcanzar esa virtud -no mera ostentació­n, que no es virtud, sino hipocresía- son en la vida felices, porque son libres.

Muchos viven atados a complejos, a traumas personales, a recuerdos dañinos y a la necia actitud de no aceptarse como son.

Un pensador francés, Sertillang­es, escribió: “Aceptarnos como somos y aceptar a los demás como son, es verdadera sabiduría, es obedecer a Dios y alcanzar seguras victorias”.

Los cristianos del siglo XXI no deben caer en la ostentació­n de largos rezos para ser vistos, ni presumir de virtuosos.

Tal vez muchos jóvenes de estos tiempos no aceptan vivir plenamente el seguimient­o de Cristo –eso es ser cristiano-, porque no ven el testimonio de quienes les predican; más que con palabras, el testimonio debe ser con un auténtico estilo cristiano de vida.

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