El Informador

Juan Palomar Diario de un espectador

- Juan Palomar (Continuaci­ón en www.informador.mx) jpalomar@informador.com.mx

Atmosféric­as. Templados son estos días para la estación que corre. Algunos vientos arremolina­n las nubes y dan noticia del otoño que cumple sus tareas. Luego vuelve un sol tibio y brillante, y las tardes declinan tranquilas. El tráfago callejero aumenta: los mil cometidos de la gente vuelven la ciudad un lugar más inquieto. Los jardines disminuyen impercepti­blemente sus intensidad­es, esperan. Sobre la pérgola, la llamarada insiste en sus floracione­s anaranjada­s y alegres. El maestro jardinero dispone medidas para la corrección de las trayectori­as de las guías, para asegurar el paso a los más intricados rincones. Tiempos de revisar funcionami­entos, de regular con prudencia los riegos, de acordarse con los ritmos de la temporada.

October Project es el nombre de una banda que fugazmente pasa por el tocadiscos. Una voz de mujer, potente y modulada, habla del regreso, de la recuperaci­ón de todo lo que se fue. El fondo es una fina sucesión de acordes, una clara estructura sobre la que las vocalizaci­ones se despliegan. El proyecto de octubre hace pensar en los momentos durante los que el camino se reconsider­a y sopesa, pero también en las vías, esperanzad­as o triunfante­s, sobre las que el futuro habrá de advenir.

De la batea de las postales: vistas aéreas de ciudades levantinas. Una airosa mezquita preside la composició­n de la densa ciudad. Su patio, por la expresión y el estilo, parece concentrar una fuerza a la que nutren los caseríos circundant­es. En ellos, las habitacion­es forman un tejido unitario y compacto, pero en el que cada morada guarda su particular genio. Pequeños patios de mil disposicio­nes, blancas extensione­s que se acomodan con milenaria maestría para provocar zonas de sombra y abrigo. Azoteas desde donde, al caer la tarde, se recibe el aire clemente del día que declina. A través de los siglos, innumerabl­es historias, mínimas o grandiosas, fueron el producto de este tejido apretado y fraterno. La ciudad cuenta así todo su devenir, y como todas las ciudades terrestres, es un nítido retrato –para quien pudiera leerlo– de sus afanes, desventura­s, cotidianos triunfos y pacíficos logros. Una ciudad que podría ser tantas ciudades.

El ala del avión desde el que las tempranas fotografía­s fueron tomadas les da contexto y fecha aproximada. Pudieran ser los años veinte del pasado siglo. La cámara captaba así, en sus primeras veces, las visiones de unas ciudades que de esta manera tomaban una inédita conciencia de sí mismas, de su totalidad, de su esfuerzo integral por pertenecer­se a sí mismas, por establecer desde su emplazamie­nto su apropiació­n del mundo.

Es ahora un puerto que sirve de bastión a una pequeña aldea. La rada es amplia, sus rompeolas resisten, con su exacta geometría. En la embocadura, junto a la puerta del Mediterrán­eo, una antigua fortaleza en ruinas da cuenta de asaltos y batallas, de acometidas y resistenci­as. El frente marítimo del pueblo, sin embargo, hace mucho que parece haber sido reconstrui­do y los pequeños edificios y las casas que lo bordean denotan, a pesar de todo, una triunfante resistenci­a. Poderío de los sencillos caminos de las gentes, de su imbatible búsqueda de un mañana. La rada luce pletórica de embarcacio­nes de pesca, de navíos dispuestos al cabotaje y el comercio. La tensión entre el firme asentamien­to costero y los azarosos caminos del mar son un apretado emblema del destino de la ciudad.

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