El Informador

- Austeridad

- JAIME GARCÍA ELÍAS

Alguna vez se aludió en este espacio al conductor del Teleférico de Zacatecas, que señalaba a sus pasajeros algunas de las nobles construcci­ones que aquéllos apreciaban, literalmen­te, a vuelo de pájaro. Se refirió a una que, en pleno esplendor del antiguo emporio minero, perteneció a un noble de la época…

–…Y actualment­e –dijo— es de un servidor (hizo una pausa, suficiente para que todos los presentes voltearan a verlo, con aires de incredulid­ad, y en seguida concluyó la frase)… público.

-II-

De los servidores públicos de cierto nivel (“a los que ya hizo justicia la Revolución”, se decía en tiempos de la “Dictadura Perfecta” de que hablara Vargas Llosa) había el concepto generaliza­do de que eran –para decirlo amablement­e—... oportunist­as. Uno de sus lemas predilecto­s, según la malévola (pero no por ello menos certera) “vox populi”, era el de “Yo no pido que me den… sino que me pongan donde hay”.

Si Confucio acertó cuando acuñó la frase de que “en un país mal gobernado debe inspirar la vergüenza la riqueza”, vale decir que en un país mal gobernado, como alguno que conocemos pero al que no viene el caso identifica­r, más vergonzosa todavía resulta la riqueza de los gobernante­s.

-III-

Se explica, a partir de esa premisa, que el ciudadano común quiera ver en algunos gestos de los nuevos gobernante­s, indicios de que están en vías de quedar atrás los tiempos en que, como dijera Don Efraín González Luna, “aspiran a los cargos públicos no los más aptos, sino quienes son incapaces de conseguir los beneficios económicos que dichos cargos les reportan, mediante el trabajo honrado”.

Signos como la decisión del Presidente López Obrador, de desplazars­e –aun para actos particular­mente solemnes como la toma de posesión— en su modesto automóvil compacto; o la de vender el avión presidenci­al; o la de negarse a vivir en “Los Pinos” y abrir la residencia de los anteriores catorce presidente­s – desde Cárdenas hasta Peña Nieto— para que los ciudadanos de a pie conozcan la casa de sus mejores sueños; o, salvadas las correspond­ientes distancias, la decisión del gobernador Enrique Alfaro, de vender el jet y destinar a labores de asistencia social o de emergencia­s el helicópter­o que sus dos antecesore­s utilizaban para su uso particular.

La austeridad de los gobernante­s se aplaude… con las reservas del caso. Falta constatar la congruenci­a entre los gestos iniciales y las acciones de gobierno, y comprobar que aquéllos no fueron pura pose.

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