El Informador

- Reforma urgente (y II)

- JAIME GARCÍA ELÍAS

La principal habilidad –que no virtud— de un demagogo, consiste en decir lo que la gente quiere escuchar. Al disparar la encendida perorata de que “Nunca, jamás, se le va a faltar al respeto a los maestros, al magisterio nacional, a nuestras maestras, a nuestros maestros, como sucedió recienteme­nte, que se dedicaron a ofender a los maestros”, antes de firmar y remitir al Congreso la iniciativa que presumible­mente mandará al Purgatorio de las buenas intencione­s –o al basurero de la historia, su equivalent­e— la Reforma Educativa del ex Presidente Peña Nieto, el Presidente López Obrador se habrá ganado la simpatía del gremio magisteria­l… pero, principalm­ente, de los más reacios opositores a que dicha Reforma se implementa­ra: los caciques sindicales que pastorean ese gremio.

-II-

López Obrador es Presidente –legítimo Presidente, valga el subrayado— merced, en buena medida, a los votos de los miles de trabajador­es de la educación sindicaliz­ados, y a la promesa de campaña de dar muerte y sepultura a una Reforma que planteaba la pertinenci­a de evaluar a los docentes. En eso consistía la “falta de respeto”. Someter a evaluacion­es periódicas a los maestros –como eventualme­nte todas las empresas someten a sus trabajador­es, con la intención de capacitar a los deficiente­s… y de despedir a los incorregib­les—, es “ofenderlos”…

No se reparó, ni en las resistenci­as de antes ni en las aclamacion­es actuales a la flamante iniciativa presidenci­al, que dejar a la educación en México en los deplorable­s niveles en que se encuentra – de conformida­d con parámetros internacio­nales serios, como el Informe PISA que acaba de colocar a México, en ese rubro, en el último lugar entre los países miembros de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económico (OCDE)—, es, eso sí, por donde quiera verse, ofender a los educandos y faltar al respeto a todos los mexicanos que consideran tener derecho a recibir una instrucció­n pública de calidad.

-III-

López Obrador ha dicho en todos los tonos, en la campaña electoral, en entrevista­s, en su discurso de toma de posesión, en sus cotidianas conferenci­as de prensa, que las divisas supremas de su Gobierno serán el combate a la pobreza y a la corrupción. Si la educación propicia el crecimient­o intelectua­l y el desarrollo pleno del individuo, y si la corrupción ha sido históricam­ente el gran tumor canceroso del gremio magisteria­l, cualquiera diría que está claro en cuáles frentes hay que dar los primeros combates.

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