El Informador

Todo comenzó en una fiesta

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Jesús no viene a aguarnos la fiesta. No debemos tener miedo de que, con Él, nuestra alegría se empobrezca. Su presencia no debe crear en nosotros una sensación de incomodida­d.

Con la imagen de la boda, el amor que existe sobre la faz de la tierra entre un hombre y una mujer, es la señal del amor que Dios tiene a la humanidad entera. Es convenient­e en este sentido señalar, que el amor que Dios nos tiene, no es el que imita el amor entre un varón y una mujer, sino que son los esposos los que han de imitar en su vida, el amor que Dios tiene para con la humanidad, total, al grado de dar su vida por nuestra salvación.

En María encontramo­s el verdadero y auténtico prototipo del creyente en Cristo, es la mujer, orante, de una fe viva, discípula, y como hoy se presenta en el evangelio, la que sabe ver más allá de sus necesidade­s, para percatarse de las necesidade­s de los demás, pero anteponien­do todo a Cristo y en Cristo, su hijo.

Son invitados a una boda, María, su Hijo y con Él van sus discípulos, son uno más en medio de un gran grupo de invitados, están ahí con la intención de divertirse, de ser atendidos, pero la mirada de María siempre es iluminada por la fe, que mueve su voluntad caritativa, y ante la necesidad que nadie había notado, ella advierte que falta el vino, y la fiesta aún no termina. Su descubrimi­ento no se encamina a la crítica y burla de los anfitrione­s, sino a la solución.

No hay mejor solución que hacer la voluntad de Cristo, a pesar de la aparente negativa de Jesús, por la iniciativa de su madre, no titubea en decir a los servidores de aquel banquete: “Hagan lo que Él les diga”, es en estas palabras donde se puede sintetizar no sólo la solución a cualquier realidad, sino todo camino de santificac­ión.

El acontecimi­ento ocurrido en Caná, más que un milagro es un gran signo, es la revelación de su persona, de su misterio, de su misión, que consiste en manifestar el amor del Padre hacia los hombres.

En este importante hecho, hay cosas más importante­s que el milagro, sorprende la visión y preocupaci­ón de María, sus atinadas palabras, para que la fiesta se realice y se desarrolle armónicame­nte, sin que nada falte. Toda esta serie de signos que nos permiten ver más allá de la degustació­n agradable que tuvo el mayordomo al saborear el mejor de los vinos que hayan existido, nos permiten pregustar el infinito y grande poder y amor del Dios que nos salva, que se preocupa por todo, y nos provee de todo. Por lo cual a nosotros, siervos amados del Señor, sólo nos toca llenar las tinajas de agua, Él se encarga del resto.

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