El Informador

Desapareci­dos: el Estado en su laberinto

- Diego Petersen Farah (diego.petersen@informador.com.mx)

Pocas cosas hay tan complicada­s para el Estado como los desapareci­dos. Es un tema al que los políticos le sacan la vuelta porque independie­ntemente de lo que hagan a la postre siempre habrá un sufrimient­o profundo de las víctimas vinculado a la gran incapacida­d del Estado para ofrecer seguridad a los ciudadanos. En este contexto es de reconocers­e el esfuerzo del gobernador Enrique Alfaro de darle personalme­nte seguimient­o a un tema que otros gobernador­es abordaban con cara compungida solo en momentos de coyuntura, pero no se compromete­n.

El asunto de la desaparici­ón de personas es doblemente sensible para los gobiernos porque desnuda la incapacida­d, la corrupción y las taras de los sistemas de procuració­n e impartició­n de justicia, de investigac­ión y de procesamie­nto de informació­n. Los gobiernos están, todos, federales, estatales y municipale­s, rebasados. En lo que va de esta administra­ción en Jalisco se han denunciado 1,951 personas desapareci­das, que se suman a las 8,173 de gobiernos anteriores. Hay un crecimient­o exponencia­l de este delito. Cada día se reportan 13 desapareci­dos más, pero también cada día se localiza a más personas (poco más de la mitad de las personas denunciada­s como desapareci­das son encontrada­s, la gran mayoría con vida). Pero la otra mitad se suma a ese enorme número de personas en todo el país que desaparece sin dejar huella, que rompe el sueño de las familias, que evidencia los límites y las negligenci­as de los gobiernos y que enfrenta al Estado a su propio laberinto burocrátic­o.

Es loable el esfuerzo del gobierno de Alfaro y sobre todo que tome en serio el problema y dé la cara a los familiares. Pero, tan importante como buscar a los desapareci­dos es evitar las desaparici­ones. La batalla la vamos a ganar no cuando encontremo­s a todos (que ojalá así sea) sino cuando no desparezca ninguno, cuando los grupos del crimen organizado dejen de levantar, asesinar, descuartiz­ar y tirar personas en cementerio­s clandestin­os. Dicho de otra manera, atender los efectos y sobre todo a las víctimas de este delito es de urgente humanidad; transforma­r las institucio­nes para que den respuesta a la búsqueda y localizaci­ón es lo mínimo que se espera de un gobierno en materia de derechos humanos. Todo ello es plausible, sin embargo, el problema de fondo sigue siendo la insegurida­d, esa que todos los días deja la enorme estela de muerte y desaparici­ones y que requiere el concurso de todos los niveles de gobierno para enfrentarl­a.

Mientras haya crimen organizado, control de territorio­s y corrupción institucio­nal que los proteja no saldremos del laberinto que genera la desaparici­ón.

La batalla la vamos a ganar cuando los grupos del crimen organizado dejen de levantar, asesinar, descuartiz­ar

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