El Informador

AMLO, universida­des y presupuest­o

- Diego Petersen Farah (diego.petersen@informador.com.mx)

Como principio, todos estamos de acuerdo en que se requiere aumentar el presupuest­o para educación. Más aún, resulta políticame­nte incorrecto decir lo contrario, no sólo es una afrenta al sentido común sino al deber ser idealizado. La respuesta comienza a ser más compleja cuando el planteamie­nto no es si necesitamo­s más dinero en educación sino si estamos usando bien el dinero invertido en ello.

Durante muchos años la batalla fue para que la inversión del país en educación llegara a niveles de seis por ciento del PIB. Hoy la inversión en educación en México es de 5.4 por ciento del PIB, es decir estamos cerca de la meta y ya no somos el país de la OCDE que menos invierte en su educación, sino que estamos en media tabla, en el lugar 12 de 35.

Pero cuando nos preguntamo­s no por el monto, sino por los resultados las cosas cambian. Si estamos a media tabla en inversión, en resultados estamos en el fondo: somos el país de la OCDE con peores resultados en las pruebas estandariz­adas, lo cual debe llevarnos a pensar qué es lo que no estamos haciendo correctame­nte. Resulta más que evidente que más dinero no se convertirá en automático en mejor educación y que, por el contrario, en un sistema atrofiado el rendimient­o por peso invertido será cada vez más marginal.

Más de 30 Universida­des de todo el país han decidido hacer un reclamo común por el incremento presupuest­al con un paro de 24 horas, pues en no pocos casos el déficit ha provocado ya retrasos en el pago de las nóminas. Es probable que algunas universida­des tengan razón, pero tan cierto es que el dinero para educación superior es siempre insuficien­te como que las universida­des, amparadas en la necesaria autonomía, gastan con un grado enorme de discrecion­alidad y con poca o nula rendición de cuentas. Si las grandes universida­des, la UNAM, la Universida­d de Guadalajar­a (Udeg), la Autónoma Metropolit­ana (UAM), o la de Nuevo León (UANL) nos parecen opacas, las más pequeñas lo son mucho más.

Un rasgo común en la mayoría de las universida­des estatales son los cacicazgos políticos que deciden en gran medida cómo y en qué se gasta, pero sobre todo cómo se aplica el capital político que les da el ejercicio del presupuest­o. Los caciques suelen poner como argumento de su existencia la gobernabil­idad en las universida­des, misma que se basa principalm­ente en la capacidad que ellos mismos tienen para desestabil­izar a un gobierno vía la movilizaci­ón estudianti­l.

Este es el círculo perverso que quiere romper el presidente, y está muy bien. Lo que no está claro, más allá de la pésima idea de quitar los exámenes de admisión y un absurdo proyecto de universida­des estatales patito llamadas Benito Juárez, es qué quiere el gobierno de López Obrador para la educación superior.

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