El Informador

- Idolatría

- JAIME GARCÍA ELÍAS

El hecho, absolutame­nte histórico, es claro ejemplo del surrealism­o mexicano. Poco después de la muerte de Pedro Infante (abril de 1957), un tabloide capitalino agotó en minutos una edición extraordin­aria, cuyo encabezado, a toda plana, proclamaba: “¡Pedro Infante no ha muerto!”. El cuerpo de la nota ampliaba, con ocho palabras –más que suficiente­s— la noticia: “Vive en el corazón de todos los mexicanos”.

La historia se ha repetido, en lo esencial, varias veces: había sucedido antes con Jorge Negrete (1953); sucedió después con Javier Solís (1966), Cantinflas (1993), María Félix (2002), Juan Gabriel (2016), y ahora con José José. Volverá a repetirse –valga el pleonasmo— con los que siguen en la lista. Una lista inagotable, por lo demás. Tampoco ellos han muerto. Ni morirán. “Todos viven en el corazón de todos los mexicanos”.

-Iisamuel Ramos (“Perfil del Hombre y la Cultura en México”) u Octavio Paz (“El Laberinto de la Soledad”), preclaros retratista­s del alma mexicana, lo habrían dicho magistralm­ente. Las manifestac­iones de admiración, más que de dolor por la muerte de ciertos personajes profundame­nte arraigados en la cultura popular, sugieren que la evangeliza­ción – con su buena dosis de violencia—, hace cinco siglos, apenas si colocó un barniz de la religiosid­ad impuesta, a un concepto que hasta la fecha puede asociarse con la idolatría. Ésta, por definición, es “la adoración que se da a los ídolos”. La adoración implica el culto o reverencia que se ofrece a un ser. El ídolo puede ser una deidad… pero es también –de vuelta al Diccionari­o— “una persona o cosa excesivame­nte amada o admirada”.

Las escenas de la repatriaci­ón de los restos del cantante (en un avión de la Fuerza Aérea Mexicana, además), que la televisión transmitió ayer; el trayecto del Aeropuerto al Palacio de Bellas Artes, las guardias en ese recinto, el traslado a la Basílica de Guadalupe, la misa, el recorrido hasta el Panteón Francés y la sepultura de sus cenizas, tuvieron el marco de una coreografí­a espontánea, callejera, abigarrada y festiva –a su manera—, acompañada de los lugares comunes de reporteros y conductore­s contagiado­s de la emoción popular, que remitía a las que brotaron, en su momento, en ocasión de las visitas de los tres papas que han estado en México: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.

-Iiicolofón: López Velarde, en su “Suave Patria”, lo dejó escrito: “Patria, te doy de tu dicha la clave: sé siempre igual, fiel a tu espejo diario…”.

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