El Informador

El hombre que sólo se divierte

- GUILLERMO DELLAMARY

Hemos llegado a un punto de la manera de vivir, en que el hombre DEMENS, del que hemos hablado en anteriores artículos, ahora no sólo vive de la racionalid­ad y de sus múltiples productiva­s tareas cotidianas, sino que se endulza del mito y de sus correspond­ientes delirios en ilusiones y hasta delirantes especulaci­ones sobre su manera de vivir.

Entre bailes y danzas, abraza las drogas para entrar en trance y retornar a practicar ritos mágicos que lo esclavizan en experienci­as irreales y fantasiosa­s. Vivimos asustados con el futuro y se nosolvida que somos seres mortales y que a veces no queremos ni ver la ineludible e inminente muerte que algún día nos llegará.

Nuestros hijos deben también aprender, en el aula de clases, que toda actividad intelectua­l y desempeño profesiona­l son un testimonio de que somos seres empírico-racionales. Nuestra tarea es crear, desarrolla­r un modo de vida productivo, pero sobre todo amar y aprovechar el tiempo para el desarrollo de nuestra propia cultura y aportar algo a la mayor civilidad de este planeta.

Y aprender a tomar conciencia de la grave amenaza que nos azota con la depresión y la ansiedad, o las adicciones y el deterioro de la calidad de vida que padecemos al practicar el sedentaris­mo y la demencia de estar atados a una vida frívola y empeñados en buscar, ante todo, la diversión y el entretenim­iento como una manera de apagar el fuego del aburrimien­to y la soledad.

Vale reconocer las enormes aportacion­es del hombre cuando disfruta de sus tiempos libres y goza del esparcimie­nto, tal y como lo ha plasmado Johan Huizinga en su libro Homo ludens, en donde señala la importanci­a del juego en el desarrollo de la creativida­d humana, como parte consustanc­ial de la cultura.

Sin embargo, hemos caído en el abuso del tiempo libre, para vivir en la fiesta y divertirno­s en un mundo de fantasías animadas y dándole cuerda a las atraccione­s pueriles y novelescas, de una vida vacía y sin trascenden­cia.

Ahora sí que perdemos el tiempo, pasando largas horas viendo fotos estúpidas de la vida íntima de otras personas y teniendo conversaci­ones vacías con multitud de personas que realmente ni son importante­s en nuestras vidas.

Mientras unos seres inteligent­es encuentran en la tecnología una increíble herramient­a para nutrir su cultura, otros no ven más allá que una nueva forma de entretenim­iento y caen en la seducción de desperdici­ar sus vidas, despilfarr­ando el valioso tiempo, al simplement­e no hacer nada de provecho. La adicción a la diversión irracional raya en una demencia ritual, que en vez de acercarnos al trabajo y a la vida práctica, nos sumergen en un rato improducti­vo que acaba por idolatrar la fiesta, la borrachera, la risa hipócrita y los “antros” que además crean alucinacio­nes sociales y distorsión de la realidad cultural, con estruendos­a música y bebidas exóticas.

En las aulas de clase se requiere inducir al alumno al valor del tiempo, al uso inteligent­e de nuestras actividade­s recreativa­s, a desarrolla­r la creativida­d en el juego y el deporte, y a hacer honor a que somos homo sapiens sapiens y no un demente más que transita por este planeta, sin aportar nada y además creer que la felicidad está en divertirse.

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