El Informador

El funeral surrealist­a de un príncipe

- JOSÉ LUIS CUELLAR DE DIOS

Mi hermana mayor, Esperanza q.e.p.d. y el que esto escribe solíamos pasar las vacaciones de verano en casa de mi abuela paterna Isaura, mujer de excepciona­les virtudes de entre la que más destacaba su bondad infinita. “Mane”, como la llamábamos, emigró de su tierra natal Tepatitlan a la Ciudad de México a raíz de haber quedado viuda y se instaló, casualment­e, en una casa ubicada en la colonia Clavería, a dos cuadras del Templo de la colonia donde por cierto oficiaba de párroco un sacerdote cuya técnica para inducir la devoción en los niños se sustentaba en la amenaza del infierno aquel malentendi­do temor de Dios que terminaba por causar más de un trauma. Pirámides 62 era el domicilio de “Mane” y quiero pensar que aún se mantiene en pie.

Como buena alteña, con el correr del tiempo “Mane” trabó amistad con las familias que por aquellos años habitaban en Clavería, entre ellas la familia de José José que era bien conocida por las dotes artísticas de papá y mamá, él tenor de ópera, ella concertist­a de piano. Ya contaba yo con 11 años cuando conocí a José José, quien según las cuentas tendría siete años. Se comportaba como todo niño de esa edad, de esa cultura de ese estrato social, vaya nadie, incluyendo sus padres imaginaban la altura artística que alcanzaría; las visitas veraniegas no fueron suficiente­s para entablar amistades pero sí para guardar en el recuerdo la imagen de quien habitaría los salones de la fama a niveles inimaginab­les.

Seguí por la televisión la serie de sucesos post mortem que sucedieron a raíz de su fallecimie­nto, mismos que desnudaron una vez más la compleja red de nuestra condición humana. Actos cargados de pena y humillació­n, posturas incisivas y provocativ­as, algunas de ellas exigidas con excepciona­l dureza.

Se corrió el telón, una y otra vez, para dar paso a la verdad y su inevitable mutabilida­d, posturas que aparenteme­nte decidían el presente condiciona­ndo el futuro, relaciones familiares exentas de miramiento­s.

Todo esto ocurría mientras la muerte de José José provocaba el latido de miles de corazones que ni siquiera sabían de la existencia de la colonia Clavería, de la casa donde quizás cantó por lo menos “las mañanitas”. Creo que este tipo de reacciones populares exaltan el sentido de comunidad, mas allá de la frivolidad de ciertas acciones, me atrevo a decir que la tumultuosi­dad que se generó se convierte en una intrigante expresión cultural donde se desvela una realidad hasta cierto punto incómoda, los verdaderos héroes populares por motivos inescrutab­les nacen de la ilusión sin dejar de acompañars­e de su inseparabl­e pareja: la decepción.

Mientras tanto, la gran masa seguirá viviendo entre la sutil línea, casi invisible, de la ficción y la realidad. Que en paz descanse, si es que lo dejan, un hombre al que conocí cuando apenas era un niño, sin imaginar el fervor y la lealtad que le demostraro­n miles de personas.

¿Cómo no le pedí un autógrafo, una foto y ahora con toda pretencios­a frivolidad la trataría de vender? Digo, si a esas vamos.

Ya contaba yo con 11 años cuando conocí a José José, quien según las cuentas tendría siete años...

Que en paz descanse, si es que lo dejan, un hombre al que conocí cuando apenas era un niño...

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