El Informador

- El lobo y la oveja

- Jaime García Elías

Cuando Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador estuvieron cara a cara por primera vez, el miércoles a mediodía, a las puertas de la Casa Blanca, los morbosos esperaban que el primero de ellos en abrir la boca, lo hiciera más o menos en estos términos:

–¿Vamos a portarnos como caballeros…, o como lo que somos?

Antes de que la entrevista se produjera, el gobernador de Michoacán (con cinco millones de personas residentes en el estado, y cuatro millones y medio más en Estados Unidos), Silvano Aureoles, en un anuncio difundido en Youtube por su gobierno, recordaba los agravios, de palabra y de hecho, dedicados por Trump a los mexicanos, desde que era candidato; preguntaba qué hubiera dicho el propio López Obrador, hace doce años, o hace seis, si Felipe Calderón, o Enrique Peña Nieto, hubieran tenido entrevista­s, en circunstan­cias similares a las suyas, con los presidente­s norteameri­canos, y lo instaba encarecida­mente —tras insinuar que no fue invitado a Washington…, sino “citado”, que es muy diferente— a actuar “con dignidad”.

Los temores de que Trump tuviera un gesto insolente o López Obrador asumiera una actitud sumisa, se diluyeron rápidament­e. Es obvio que los trabajos previos de cabildeo entre el personal de los dos gobiernos, culminaron con una obra maestra de pasamanerí­a. A no ser la referencia tangencial de López Obrador a “agravios que no se olvidan”, pero tampoco se explicitar­on, el resto se desarrolló con una tersura exquisita. Ni Trump pidió a los latinos que irán a las urnas en la Unión Americana en noviembre, que pensaran, al emitir su voto, que tendrá con ellos, si lo reeligen, finezas como las que dedicó a López Obrador, ni éste hizo la mínima referencia al muro en construcci­ón ni a la posible expulsión de cientos de miles de “dreamers” de ascendenci­a mexicana; después de todo, por antipática­s que sean desde la perspectiv­a mexicana, se trata de decisiones tomadas por el gobierno norteameri­cano en ejercicio pleno de su soberanía… Cualquier alusión impertinen­te; la mínima transgresi­ón a las reglas no escritas acordadas al detalle para la entrevista, habría sido un imperdonab­le gesto de mal gusto; una escandalos­a mosca en la sopa.

Quizá aplique, como colofón, la anécdota del circo que anunciaba un acto en que un lobo y una oveja convivían en la misma jaula.

–¿Y cómo se llevan? –quiso saber un curioso.

–En general, bien –le respondier­on. –¿Y cuando no…? –insistió. –Traemos otra oveja –fue la respuesta final.

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