Vamos a sembrar
Bendición de Dios es la lluvia, que alegra los campos. Todo es alegría. El campo se viste con el verde. Fresco el ambiente. Los pajarillos cantan. Retozan los ganados. Corren hilos de agua y asoma por todas partes el sol en estos días de verano, jugando a las escondidas con las nubes.
El hombre del campo mira a todas horas las rutas de las nubes; adivina y siente la dirección y la intensidad de los vientos.
Es la hora de sembrar: las tierras abiertas esperan las semillas, para devolver multiplicado el grano en espigas, en mazorcas o en racimos.
“Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar”. Entonces les dijo: “Salió un sembrador a sembrar”. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, salió Jesús el Sembrador a dejar caer con amor la semilla, la palabra que salva, en los corazones de los sencillos, de los necesitados, de los dispuestos.
Las multitudes en torno al Maestro estaban atentas a sus enseñanzas. Hombres, mujeres y niños, todos con anhelos y esperanzas. Los hombres con sus pecados, con sus rutinarias ppreocupaciones,p ante Él olvidaban todo. Allí cerca de Él, con sus rebeldías y sus ver-vergüenzas,güenzas, querían la respuesta a sus dudas, a sus angustias y preocupaciones.
Acudían de Galilea, de Judea, de Samaria, de Tiro, de Sidón, de la Traconítida y de la Decápolis; y Jesús continuamente, con mirada llena de amor, ‘ iba dejando la palabra -más penetrante que espada de dos filos- y con ella ganaba amigos y enemigos.
Cristo preparó a sus discípulos y les dio el nombre de apóstoles, enviados, porque los envió a sembrar. La fe en Cristo ha llegado y se ha hecho instrumento de salvación, gracias a la predicación de los sembradores, en los veinte siglos de cristianismo. Pioneros fueron los apóstoles. Hoy, domingo decimoquinto ordinario del año está la parábola del sembrador y la semilla, en sentido figurado, en el mismo tiempo en que los campesinos echan los granos sobre la tierra abierta, con la esperanza de verlos centuplicados.