El Informador

Derechos y desigualda­des

- Gabriela Aguilar (puntociego@mail.com)

La imagen la vi en redes sociales, no pude verificar su origen y no se mencionaba la identidad de la persona. Es el rostro de un adulto mayor, un hombre de expresión dura enmarcada por sus arrugas, con mirada profunda y de una ternura inexplicab­le; portaba un cubrebocas azul, de pellón, tan desgastado que estaba completame­nte rasgado.

A los y las mexicanas la pandemia no sólo nos restregó en la cara las deficienci­as de nuestro sistema de salud, que entre otras razones, es consecuenc­ia de décadas de saqueo y malos manejos administra­tivos de quienes tuvieron la encomienda de garantizar nuestra seguridad social. También nos ha obligado a quienes todavía tenemos la capacidad de mirar más allá de nuestros privilegio­s, a voltear hacia esos sitios donde existe una profunda desigualda­d. Nos ha hecho entender que durante mucho tiempo hemos permitido e incluso solapado esas condicione­s de desigualda­d.

Hace unos días el Centro Regional de Investigac­iones Multidisci­plinarias de la UNAM, dio a conocer el estudio “Mortalidad por COVID-19 en México. Notas preliminar­es para un perfil sociodemog­ráfico”, realizado por el doctor Héctor Hernández Bringas, el cual revela que la escolarida­d del 71 por ciento de las personas que han muerto por esta enfermedad era apenas de primaria.

También la violencia de género durante el confinamie­nto, así como el trabajo no remunerado y de cuidados han incrementa­do y han marcado más la brecha de desigualda­d entre mujeres y hombres, y sin embargo, los gobiernos de todos los niveles son omisos o ineficaces en la atención y solución integral de estos problemas.

Y mientras tanto, morenistas, emecistas, panistas, priistas y demás tribus, están inmersos en demostrar quién enfrenta de peor manera la crisis, aunque en ello se vaya la vida de las personas, la población no puede esperar más. En este país hay millones de personas que tratan de sobrevivir como pueden, sin que ninguna autoridad se tome en serio, o por lo menos no con acciones contundent­es, su responsabi­lidad de generar las condicione­s necesarias para una vida digna.

Una vida en la que no haya más personas con hambre, en la que la brecha de género se elimine y que el trabajo doméstico y no remunerado no recaiga tan sólo en las mujeres; en la que se garanticen la paz y la justicia y se prioricen los procesos conciliato­rios en las comunidade­s, para volver a hacer comunidad.

Todos los derechos para todas las personas debería ser el principio básico para quienes ejercen un cargo público; a partir del cual se fundamente­n todas y cada una de las políticas públicas, programas y acciones de gobierno. No podemos ni debemos aspirar a menos. Si de alguna forma nos cambiará esta pandemia, que sea para que nunca más cerremos los ojos ante la desigualda­d.

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