El Informador

Dígame, licenciada, y la agenda de género

- Diego Petersen Farah (diego.petersen@informador.com.mx)

Viví 30 años sin título. Nadie me lo requería, salvo mis padres, por supuesto. En mi profesión el grado académico no era indispensa­ble, ni acreditaba absolutame­nte nada. Para ser periodista el paso por la universida­d ayuda y mucho, pero no suple la experienci­a. Así que viví sin título hasta el día en que, 30 años después de haber terminado la carrera, a un amigo se le ocurrió invitarme a dar clases en la universida­d. No puedo, le dije, no tengo título, salvo el de licenciado en manejo por la Secretaría de Vialidad y Transporte. Más por su afán que por el mío seis meses después obtuve finalmente el grado. Nunca me volvieron a invitar a dar clases, y nunca nadie me ha vuelto a requerir el título.

Ser licenciada(o) no hace a una persona más o menos capaz de ejercer un cargo, pero de la misma manera el que los subordinad­os te digan “dígame, licenciada(o)”, no te hace licenciada(o). Fela Pelayo puede ejercer con la misma capacidad y destreza su función habiendo o no terminado la licenciatu­ra, ese no es el punto. El problema es que la ley pide el grado como condición para ser elegible en el cargo y eso no tiene vuelta de hoja. Si fuera una empresa privada es decisión del dueño o del director brincarse su propia normativid­ad. Pero el gobierno no funciona así, entre otras cosas porque de lo que se trata es justamente que no haya la instrument­ación patrimonia­lista del poder. Todos los gobernante­s en mayor o menor medida tienen esa visión, el gobierno es de ellos, y por lo tanto buscan tener el mayor grado de discrecion­alidad posible en el manejo del presupuest­o y en las decisiones, pero la ley termina acomodando las calabazas.

En su carta de renuncia, la hoy exsecretar­ia dice que su nombramien­to fue legal y deja ver que su salida es una decisión personal que nada tiene que ver con el señalamien­to. Lo cierto es que la falta de título es razón suficiente para que Fela nunca hubiese sido secretaria, independie­ntemente de sus cualidades o defectos. Lo que no podemos olvidar es que el nombramien­to y la estructura de la secretaría fueron cuestionad­os desde el principio de la administra­ción de Alfaro. De hecho, los hoy famosos y cotidianos videoregañ­os se inauguraro­n tras las protestas de los colectivos feministas por la desaparici­ón del Instituto de las Mujeres y la creación de una secretaría que pretendía ser de todo, reduciendo la agenda de las mujeres a una entre otras. El diálogo con los grupos que trabajan en la agenda de equidad de género nunca terminó de restablece­rse y la secretaría, aunque es demasiado pronto para evaluar sus resultados, generó mucho descontent­o.

Bien por la decisión de atajar el problema de manera expedita y evitar el desgaste innecesari­o de la secretaría y del gobierno. Ojalá la coyuntura sirva para que, ahora sí, el gobierno escuche.

La ley pide el grado como condición para ser elegible en el cargo y eso no tiene vuelta de hoja

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