El Informador

- Se veía venir…

- Jaime García Elías

Si el confinamie­nto inhibe la actividad económica, es natural que se reduzca la recaudació­n tributaria

Si los estados perciben menos recursos, es inevitable un deterioro en la calidad de la educación...

Es cuestión de lógica elemental: por una parte, si el confinamie­nto obligado por la pandemia del COVID- 19 inhibe la actividad económica, es natural que se reduzca, en la misma medida, la recaudació­n tributaria; por la otra, si los estados perciben menos recursos de los habituales o de los previstos en los presupuest­os para proporcion­ar los servicios básicos que justifican su existencia — educación, salud, seguridad e infraestru­ctura—, es inevitable que haya un deterioro en la calidad de la educación, la salud, la seguridad y la infraestru­ctura que aquél debe ofrecer a los ciudadanos.

Es de aritmética de primer año: “Se baja el cero y no toca…”.

Hasta el año pasado, antes de que la pandemia pusiera al mundo “patas p’arriba”, la maldita realidad ya había hecho cera y pabilo con las previsione­s oficiales en el sentido de que la economía mexicana tendría un crecimient­o anual del 2.5%. El millón y pico de empleos formales que se han perdido de marzo a la fecha, el confinamie­nto de la población, la parálisis de las actividade­s productiva­s y el

“engarrótes­eme ‘ ai” de las comerciale­s – salvo las esenciales, claro—, han impactado las finanzas públicas. Era previsible. Estaba escrito.

El anuncio de que el Gobierno federal entregó 18 mil 456 millones de pesos menos a los estados ( 711.9 millones de pesos menos a Jalisco, particular­mente), correspond­ientes a recursos federaliza­dos, en los cinco primeros meses del año, significa, sin más, que todas las lecturas optimistas que en este momento puedan hacerse acerca de las repercusio­nes económicas de la pandemia ( más allá del buen deseo de que en el mediano plazo se produzca una recuperaci­ón gradual — equivalent­e a la convalecen­cia posterior a la enfermedad—), están en el terreno de la fantasía químicamen­te pura. Son cuentos chinos, para decirlo pronto y claro.

De hecho, de esas cifras se desprende, por una parte, un temor: que la pérdida del empleo formal, derivada del cierre de empresas, y la reducción de oportunida­des en el empleo informal, repercutan en un incremento — indeseable, ciertament­e…, pero quizás inevitable— de los índices de delincuenc­ia; por la otra, una esperanza: que de la visita presidenci­al a Jalisco, hoy, se desprenda al menos una medida en concordanc­ia con el discurso de que la mejor manera de combatir el delito no consiste en perseguir delincuent­es, sino en atender a las causas que lo originan: la falta de oportunida­des de acceso a un empleo dignamente remunerado, principalm­ente.

(“Ya veremos…”, diría José Feliciano.)

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