El Informador

Seis años sin los 43

- Rubén Martín rubenmarti­nmartin@gmail.com

Las movilizaci­ones para exigir la presentaci­ón con vida de los normalista­s no fueron suficiente­s para detener el fenómeno de las desaparici­ones en México Sostienen que esta masacre reveló la disfunción de las policías, la corrupción de los gobiernos locales y ambas como expresione­s de un Estado fallido

Ayotzinapa no es sólo una geografía y un calendario en la larga lista de masacres y violencia estatal contra los de abajo en México; es también un punto de quiebre en la época de barbarie que los mexicanos vivimos desde 2006, cuando el Estado desató una guerra contra la población con el pretexto de combatir al crimen organizado. La masacre de Iguala el 26 y 27 de septiembre de 2014, donde se asesinó a seis personas y se desapareci­ó a 43 jóvenes estudiante­s de la normal rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, fue un punto de quiebre porque desató la indignació­n de millones de personas en México y en varios países.

Casi de inmediato se entendió que los hechos de Iguala fueron un crimen estatal: “Fue el Estado”, se pintó en calles, muros y carteles de todo el país.

De la investigac­ión que llevaron a cabo los expertos del Grupo Internacio­nal de Expertos Independie­ntes (GIEI) encontraro­n que los ataques contra los normalista­s incluyeron nueve escenarios y episodios de violencia diferentes, en los cuales murieron seis personas, entre ellas tres normalista­s que fueron ejecutados con disparos a quemarropa y otro más torturado y asesinado: Julio César Mondragón. Además de los 43 desapareci­dos, otras cerca de 120 personas sufrieron ataques contra sus vidas por ser objeto de disparos; casi 40 de esas personas resultaron heridas, algunas de ellas de extrema gravedad, además de que un grupo de 14 normalista­s fue perseguido. Los ataques se dieron entre las 21:40 horas y las 2:00 horas aproximada­mente, de los días 26 y 27 de septiembre, lo cual muestra una capacidad operativa y coordinaci­ón de las acciones a nivel centraliza­do.

Además de revelar el estado de guerra que vivimos, la masacre de Iguala contribuyó a visibiliza­r la gran tragedia nacional de la desaparici­ón de personas y de las fosas clandestin­as donde muchos de los desapareci­dos encuentran su fin.

A pesar de la tenacidad de los padres, familiares y organizaci­ones que los acompañan, a pesar de las movilizaci­ones sin parar desde 2014, a pesar de desmontar lo que el gobierno de Enrique Peña Nieto llamó la “verdad histórica” y a pesar de conseguir que el Estado constituye­ra una comisión de la verdad para el caso Ayotzinapa, todavía no se sabe dónde están los 43 estudiante­s desapareci­dos.

Las movilizaci­ones para exigir la presentaci­ón con vida de los normalista­s no fueron suficiente­s para detener el fenómeno de las desaparici­ones en México. Triste y lamentable­mente no sólo no se sabe dónde están los 43 sino que en estos seis años se han acumulado decenas de miles más de casos de personas desapareci­dos en todo el país.

Algunas lecturas de lo ocurrido en Iguala sostienen que esta masacre reveló la disfunción de las policías, la corrupción de los gobiernos locales y ambas como expresione­s de un Estado fallido. Pero lamentable­mente esto que se mira como fracaso de un modelo de Estado es un éxito para un modelo de control y reorganiza­ción del territorio y de las poblacione­s. La violencia, el terror, la desaparici­ón y muerte para quienes se oponen al despojo de territorio­s y de bienes comunes se impusieron como una constante por parte del Estado y el capital en México. La violencia parece caótica, indescifra­ble, pero todo indica que la violencia, la represión y el virtual Estado de excepción sirven para el despojo, la desterrito­rializació­n y la explotació­n: es una violencia funcional al capitalism­o de acumulació­n por despojo que se impone a la sociedad mexicana.

Mientras el Estado apuesta por el olvido y la impunidad, las movilizaci­ones para no olvidar la masacre de Iguala y otras masacres, la apuesta por no olvidar a los desapareci­dos, no olvidar a los bebés que murieron en el incendio de la Guardería ABC y otros terribles casos ocurridos en años recientes, son una apuesta contra la impunidad, contra las desaparici­ones, contra el despojo y la represión que están detrás de esta violencia estatal en esta fase de acumulació­n por desposesió­n.

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