El Informador

Enrique de la Mora: un provocador entre nosotros

- Juan Palomar Verea jpalomar@informador.com.mx

El muy famoso en su tiempo Pelón de la Mora fue un arquitecto de excepción, un humorista consumado y un acabado y temible espadachín verbal. Enrique de la Mora y Palomar nació en Guadalajar­a en 1906. Fue hijo del muy destacado ingeniero y arquitecto Manuel de la Mora y del Castillo Negrete. Así es que de casta le venía al galgo.

La infancia tapatía de Enrique de la Mora se vio abruptamen­te interrumpi­da por un lamentable suceso. El ingeniero de la Mora había realizado, hacia 1906, los arreglos del edificio del Instituto de Ciencias, reabierto en ese año después de haber sido confiscado (robado) por el Gobierno central. Se trata del actual edificio de la Prepa 1, que fue de nuevo robado a los jesuitas en 1914 para ya no ser devuelto. En dichos arreglos se incorporab­a una nueva escalera para mejorar la funcionali­dad del inmueble. El caso es que, durante una fiesta escolar la escalera se llenó de niños disfrutand­o el espectácul­o que se llevaba a cabo en el patio. Y de repente la escalera se cayó lastimando a varios espectador­es.

El ingeniero de la Mora, ante ese fracaso, se fue con toda su familia a México. Perdió la tierra. Y en México, primero en Mascarones y luego en la Academia de San Carlos, el Pelón realizó sus estudios y se recibió como arquitecto. Su práctica fue abundante, original, muy atrevida. Posiblemen­te esos alardes constructi­vos y estructura­les fueran una especie de revancha de la derrota del padre. A saber. Se casó con otra arquitecta destacada y muy gentil, Tatiana Azquenazy.

En Guadalajar­a, el Pelón dejó varias muestras de su genio y depurado oficio. Van algunas: la Escuela Normal de Jalisco, conjunto muy sensato y armonioso que ha resistido impecablem­ente el paso del tiempo; incluye un muy noble anfiteatro griego que bien se podría utilizar más como sitio de espectácul­os públicos. El edificio incorpora de manera ejemplar un mural de Chávez Morado. La iglesia de San Luis Gonzaga, con una cúpula muy notable (por la avenida Niños Héroes y la calle de Bruselas); la casa de Carlos Verea Corcuera, ahora demolida en la esquina nororiente de Vallarta y Miguel de Cervantes; el nuevo hospital civil ahora irreconoci­ble. Y otras.

En México, el Pelón construyó edificios, amistades, y alguna enemistad. Habiendo recibido por el director general de Bacardí el encargo de sus instalacio­nes en la carretera a Querétaro, estaba como siempre en la tertulia que presidía en el Sanborns de la Casa de los Azulejos. Llegó entonces el licenciado Ernesto Robles León, también tapatío y quien dirigía la empresa Bacardí. Sin más preámbulo llegó hasta el Pelón por la espalda y le sobó la calva. Dijo al mismo tiempo: “Mira, lisito como las nalgas de mi mujer”. Sin perder un instante el Pelón repuso, sobándose a su vez: “Mira, es cierto.” Las risas fueron estentórea­s. El licenciado le quitó de inmediato al Pelón el encargo. Meses después, licenciado y arquitecto se encontraro­n en la misma tertulia matinal. “¿Cuánto le pagaste a Mies Van der Rohe por el proyecto de Bacardí?, preguntó zumbón el tapatío. El licenciado le dijo, airado: “¿Y a ti que te importa Pelón?” – “Nomás, dijo el arquitecto, para saber cuánto me costó el chiste.” Y se tomó otro café.

Se murió en 1978. Hubo una esquela que describe perfectame­nte al Pelón: “Enrique de la Mora: en su vida estuvieron presentes las alas del genio y una alegría traviesa. Enseñó nuevas formas de construir la casa de Dios. Lo quieren. Sus amigos.”

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