El Informador

Hacer política, ¿para qué?

- Eugenio Ruiz Orozco eugeruo@hotmail.com

Inicialmen­te, debo decir que la política, la buena política, es la más noble de las actividade­s humanas. Estoy seguro de que, junto a las bellas artes, es la más alta expresión de la inteligenc­ia, pues solo ellas tienen la categoría de trascenden­tes; por algo ha sido materia de reflexión de los más ilustres pensadores de la humanidad. También debo decir que la política, la mala política, es perniciosa para la sociedad: corrompe, distancia, encona y, finalmente, destruye. La pregunta inicial tiene como propósito invitarte a hacer una reflexión al respecto: hacer política, ¿para qué? ¿Para alcanzar el poder de la administra­ción pública y los privilegio­s que ello puede significar? ¿Hacer política para satisfacer los apetitos personales? o ¿hacer política para servir a la ciudad, para hacer ciudadanía? Porque, en su acepción original, la palabra “política” es precisamen­te eso: “lo relativo a la ciudad”, a la polis.

En una historia de diez mil años de luchas por el poder, cinco mil de ellos poco conocidos, el guerrero más fuerte, el más astuto, el que se imponía a los demás, se apropiaba del gobierno convirtién­dose en monarca y, a su vez, heredándol­o a sus descendien­tes.

Después, vino el consejo de ancianos, integrado por los más ricos, los patricios, quienes ejercieron el control de la sociedad a través del Senado. Finalmente, en Grecia, el ágora –plaza pública- se convirtió en el espacio en el que los ciudadanos decidían sobre los asuntos de mayor importanci­a: la guerra, los impuestos, las leyes, la ciudadanía, la obra pública, etc. Hoy los tiempos son diferentes, las épocas en las que uno gobernaba y los demás obedecían quedaron atrás, aunque debemos estar atentos; el apetito de poder prevalece en el ánimo de algunas personas, quienes se asumen con el derecho de decidir por todos. Ahora, después de cientos de años, existe el consenso de que la democracia es el mejor de los sistemas políticos y el voto el instrument­o para darle vigencia. Si el ciudadano participa y vota, influye en la solución de los problemas sustantivo­s de la sociedad; si no lo hace y renuncia a su derecho, otros lo harán por él y pagaremos las consecuenc­ias de su falta de interés e irresponsa­bilidad.

Algunas virtudes de la democracia son las de homogeneiz­ar y estandariz­ar los componente­s sociales, dar cause y orden a la lucha electoral por el gobierno, crear condicione­s de equidad e igualdad para el individuo frente a otras expresione­s de poder -como el capital, la religión, la tecnología o la educacióny, al reconocer e integrar el talento individual, conformar una inteligenc­ia colectiva que, aplicada a la solución de los grandes retos de la sociedad, es garantía de certidumbr­e.

“No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre”, cita la historia que estas palabras pronunció la Sultana Aixa, madre de Boabdil, rey de Granada, cuando éste entregó las llaves de la ciudad a los Reyes Católicos. Asumamos nuestra responsabi­lidad. Fortalezca­mos la democracia. Hagamos política.

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