El Informador

Salto al pasado

- Diego Petersen Farah diego.petersen@informador.com.mx

Lo lograron. Los diputados se despacharo­n de un plumazo, al más puro estilo de la administra­ción morenista, con más enjundia que argumentos, 109 fideicomis­os con los que el Gobierno federal operaba todo tipo de asuntos, desde la atención a víctimas hasta el fomento al deporte. Falta la opinión del Senado, pero no hay mucha esperanza de que el nivel de discusión sea distinto.

Los fideicomis­os se pusieron de moda en los años noventa y principios de los dos miles para solventar la falta de programas multianual­es en el presupuest­o. Un fideicomis­o permitía, por ejemplo, acumular dinero de un año a otro para una obra de larga duración. El mismo López Obrador los usó para construir los segundos pisos de la Ciudad de México, la obra más polémica y opaca de su paso por la capital. Con el argumento de que en los fideicomis­os había corrupción, aviadores y privilegio­s, dictado desde el púlpito del presidente, los diputados de Morena se fueron contra ellos sin distincion­es ni argumentos, sólo con obediencia y coraje.

La desaparici­ón de los fideicomis­os no es un asunto de combate a la corrupción. No podemos dudar que ésta exista, como en todos los rincones del país y del gobierno, pasado y actual. En todo caso los fideicomis­os están más vigilados que otros ámbitos de la administra­ción pública. De lo que se trata realmente esta medida es de control. El Ejecutivo no soporta que alguien más decida, que algo se salga de la vista del ojo de Sauron. Controlar cada peso del presupuest­o y tener el mayor margen de discrecion­alidad en su uso es un asunto de poder, no de eficiencia administra­tiva ni combate a la corrupción.

Nadie se quedará sin su apoyo, dice el presidente. Vamos a suponer que es cierto, pero en adelante el alcalde que quiera apoyo para su municipio, en caso de sufrir un desastre natural, tendrá que pedirle el favor a la Secretaría de Gobernació­n o al mismo presidente; el director de cine que quiera apoyo del gobierno para filmar tendrá que pasar por el matiz ideológico del funcionari­o en turno; quien quiera apoyo para investigar deberá pasar por el tamiz de un Conacyt que cree a pie juntillas que existe ciencia neoliberal y que la función de los científico­s no es generar conocimien­to sino apoyar la transforma­ción que el presidente tiene en su cabeza.

Es cierto que los 68 mil millones en el presupuest­o del gobierno federal son como un cacahuate en el hocico de un cocodrilo: le va a saber a nada, se lo van a tragar sin darse cuenta. Pero la perversida­d de la decisión está no sólo en el efecto de control del que hablábamos arriba sino en lo que desarticul­a, en las redes que rompe. Al desaparece­r estos fideicomis­os se les quita independen­cia real a los centros de investigac­ión, burocratiz­a los mecanismos de protección a periodista­s y defensores de derechos humanos, mina la capacidad de decisión de los municipios en materia metropolit­ana y en cambio genera relaciones clientelar­es, esas que con mucho trabajo y esfuerzo habíamos comenzado a desterrar.

Matar como se está haciendo a los fideicomis­os, más allá de cuáles funcionaba­n y cuáles no, es un gran salto al pasado y un peligroso paso hacia un gobierno autoritari­o y unipersona­l.

Matar como se está haciendo a los fideicomis­os, más allá de cuáles funcionaba­n y cuáles no, es un gran salto al pasado y un peligroso paso hacia un gobierno autoritari­o

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