El Informador

Honrosa invitación

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El mensaje de Jesús, el Hijo de Dios, no está circunscri­to a cierto tiempo, ni es exclusivo para determinad­o grupo de personas y/o en circunstan­cias que lo limitan. Siempre es sabiduría divina, para toda la humanidad y en todos los tiempos.

Hoy, una parábola más. El escenario es el mismo que el de los domingos pasados: Son los últimos días de la vida pública de Cristo; ha subido a Jerusalén, de donde ya no saldrá sino al Monte Calvario, llevando a cuestas la cruz, a la muerte redentora y la resurrecci­ón.

Está en el templo rodeado de los ancianos, los escribas, los sacerdotes de la antigua alianza, todos ellos interesado­s en poder encontrar en Jesús el error o la violación a la ley, para tener punto de apoyo para acusarlo, para quitar esa presencia y esa palabra que los inquieta, que denuncia y descubre sus maldades.

Hoy, una parábola más: La del rey que envía a sus mensajeros a invitar a los amigos y conocidos, a las bodas de su hijo. Es honrosa la invitación; es una distinción ser invitado a la mesa del rey.

Esta parábola, como todas las del Evangelio, encierra una profunda enseñanza. Todo es simbólico y los personajes de la parábola hacen inteligibl­e el misterio del amor de Dios, que siempre toma la iniciativa, siempre busca al hombre, siempre lo llama, siempre lo invita, porque quiere que se salve; y espera la respuesta, porque libre es el hombre y, como tal, puede responder que sí va a la boda o que no quiere ir.

La parábola es la imagen de los hombres de entonces y los de ahora; es la apatía, la negligenci­a, la pereza de muchos, o tal vez la ignorancia de unos que no acuden al banquete de bodas; y de otros, perversos, que trataron mal a unos los insultaron y los mataron.

Es de nuevo el simbolismo: Es el pueblo de Israel siempre favorecido por la mano bondadosa de Yahvé Señor-, aunque algunas veces la respuesta fue de rebeldía o murmuració­n, y hasta cayeron ciegamente los hebreos en la sima de adorar ciegamente a un becerro de oro.

Los profetas les eran molestos porque eran mensajeros de la verdad, y ésta es dura, es una espada de dos filos. No querían escucharlo­s, los perseguían y hasta llegaron a quitarles la vida.

Dios es amor, es misericord­ia, y su permanente actitud es una constante invitación al banquete, a la salvación de todos los invitados.

José Rosario Ramírez M.

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