El Informador

Invitados a la fiesta del Reino

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La enseñanza básica de la parábola de hoy es la vocación universal al reino de Dios que, de acuerdo con la tradición bíblica, se describe como un banquete. Los que somos llamados por Dios gratuitame­nte no debemos engañarnos con una falsa seguridad de la salvación, porque muchos son los llamados y pocos elegidos. Así se nos invita a dejar que el Espíritu renueve nuestra mentalidad para revestirno­s de la nueva condición humana del hombre nuevo, creado a imagen de Dios, justicia y santidad verdaderas. La Eucaristía es el gran signo del banquete del reino y anticipa el eterno festín mesiánico. Por eso la misa dominical no es ningún deber triste y penoso, sino una participac­ión en la fiesta de Dios y de los hermanos. ¡Dichosos los invitados al banquete de bodas! Ahora bien, la importanci­a y alegría de una invitación se mide por la categoría del que nos invita, pues la atención significa entrar en el círculo de sus amigos. Y ¡cómo no ir, si el que nos convida es Dios! A nosotros nos toca dar una respuesta agradecida a la gratuidad amorosa del Señor. Desgraciad­amente abundamos con frecuencia en las escusas de los primeros invitados de la parábola, y por la ceguera de nuestros mezquinos intereses nos autoexclui­mos de la fiesta. Tres son las condicione­s para una respuesta adecuada a la invitación de Dios. a) Tener alma de pobre, estar disponible para Dios y los hermanos, vivir con el corazón desapegado del consumismo, compartir con los demás lo que se tiene. b) Vestir el traje apropiado, es decir, convertir la mente, el corazón y la vida. Dios siempre está dispuesto a cubrirnos con el vestido nuevo del hijo pródigo, que es su amor de Padre, y a contarnos como elegidos entre los llamados. c) Talante alegre y fraternal. Finalmente, a la invitación de Dios hemos de responder no con la autosufici­encia, ni con la tonta excusa, ni con el voluntaris­mo ético del mérito y la contabilid­ad espiritual, sino con un talante incondicio­nal y alegre, porque todo lo podemos en Aquel que nos conforta. En el tiempo que nos toca vivir hemos de echar mano tanto de la fe como de la caridad, aunando en nuestra vida personal estas dos dimensione­s, que son las que nos relacionan decisivame­nte tanto con Dios-trinidad como con nuestro prójimo, de manera que todos seamos capaces de vivir la experienci­a del «banquete de bodas», al que el Padre del cielo nos invita para celebrar la presencia salvadora de su Hijo Jesucristo, presente realmente en la Eucaristía.

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