El Informador

Diario de un espectador

- Juan Palomar jpalomar@informador.com.mx

Atmosféric­as. Días de octubre con su carga de cielos muy azules y las proverbial­es lunas que, desde el fondo de los tiempos, son un sinigual deslumbram­iento. El aire templa sus cuerdas sobre las que el tañido de las campanas va dejando una huella sin duda efímera, tal vez perdurable. Los barrios así se llaman y se interpelan, desde las diversas voces de bronce que pueblan la estación. Las siluetas de torres y campanario­s se unen a esta múltiple convocator­ia para el silencio y la paz.

** Del trajinar de las calles. Una esquina transitada, los vehículos en tensa espera, se estira la duración del minuto para la pareja que entonces comienza sus esmerados movimiento­s. La muchacha, en el aire, es la personific­ación de la gracia y el espejo fiel de sus años que florecen. El muchacho, reconcentr­ado en la coreografí­a, es la estampa del terreno arraigo, la complement­ación exacta del vuelo de su pareja. Ya para terminar quedan los segundos bien contados entre que el acto termina, y la recolecció­n del justo óbolo se realiza. Algo cambió, impercepti­blemente, en la reunión de danzarines y conductore­s que supo fijar, sobre la garganta misma del día, una muesca indeleble de gracia y ánimo invencible.

** Un refugio para divisar más lejos. Una ladera de una comarca generosa, oleadas de árboles ascienden con vigor la sierra prodigiosa. En un balcón del lomerío alguien dejó una larga respuesta a la topografía del lugar, a los soles que se suceden sobre el paisaje. Son dos pabellones muy blancos, coronados con techumbres de tejas bravías y jóvenes. A los extremos, un par de torreones fijan el extremo, y por la tensión que generan entre ellos, el centro exacto de la composició­n toda. Y allí, en el vació que se fija por la interrupci­ón de la doble marcha de los pilares, hay solamente la piel tensa de un estanque, el siempre renovado chorro del agua que desciende puntual al encuentro del día. Días hay en los que el chorro cesa, en los que la vasta maquinaria de las aguas cambia su régimen. El breve silencio se amplifica entonces, en espera siempre de que el agua vuelva a verter su milagro ahora interrumpi­do.

** De Carlos Pellicer:

Estudios I Relojes descompues­tos, voluntario­s caminos sobre la música del tiempo. Hora y veinte. Gracias a vuestro paso lento, llego a las citas mucho después y así me doy todo a las máquinas gigantesca­s y translúcid­as del silencio. II Diez kilómetros sobre la vía de un tren retrasado. El paisaje crece dividido de telegramas. Las noticias van a tener tiempo de cambiar de camisa. La juventud se prolonga diez minutos, el ojo caza tres sonrisas. Kilo de panoramas pagando con el tiempo que se gana perdiendo.

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