El Informador

Grave, muy grave

- Eugenio Ruiz Orozco eugeruo@hotmail.com

Preocupaci­ón permanente de las sociedades contemporá­neas es evitar que los gobernante­s abusen del poder. En el siglo XVIII, Louis Charles de Secondat, barón de Montesquie­u, planteó, para evitar la concentrac­ión de poder en unas manos y, por tanto, el riesgo del despotismo, la división del poder público en tres: Legislativ­o, Ejecutivo y Judicial, cada uno ejercido separadame­nte y ajustándos­e en su desempeño a las facultades expresamen­te conferidas en la Constituci­ón, de tal suerte que, a manera de pesos y contrapeso­s se limiten entre sí. Bajo esta lógica, el encargo del Poder Legislativ­o es formular las leyes; el del Ejecutivo, hacerlas cumplir y la función del Judicial, el control de la constituci­onalidad de los actos de los anteriores siendo, además, garante de los valores fundamenta­les de la sociedad: la libertad y la justicia.

Hace unas semanas, hablábamos en esta columna sobre la importanci­a de las institucio­nes, esas construcci­ones jurídicas que permiten el funcionami­ento del Estado y dan certidumbr­e a la vida de quienes integramos la sociedad. Vuelvo al tema porque, días atrás, el pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la más importante de las institucio­nes públicas, la encargada de vigilar que la actuación de los poderes Legislativ­o y Ejecutivo se ajuste al marco constituci­onal, resolvió la procedenci­a de la consulta planteada por el Presidente de la República cuyo objetivo implica “la posibilida­d de investigar y, en su caso, sancionar a los ex presidente­s, desde Carlos Salinas hasta Enrique Peña Nieto, por la comisión de posibles delitos antes, durante y después de sus gestiones”. ¿Por qué a Echeverría, el héroe del 68, no? La resolución del pleno de la Corte no solo obsequia la voluntad del titular del ejecutivo, sino también, en un hecho sin precedente, le enmienda la plana y reformula la pregunta, substituye­ndo los términos en los que fue originalme­nte redactada, supliendo de facto, sin ser sus facultades, las deficienci­as y omisiones contenidas en el documento inicial. Ese hecho es gravísimo porque la Corte, yendo más allá de sus atribucion­es, deja de ser un tribunal jurisdicci­onal para convertirs­e en un tribunal político supeditado al Poder Ejecutivo.

Días atrás, se rindió homenaje a la Ministra de la Corte Suprema de los EUA, Ruth Bader Ginsburg, recienteme­nte fallecida y notable por sostener, incluso frente al poder del Presidente, posiciones no solo críticas sino enfrentami­entos en defensa de los valores de la sociedad norteameri­cana. En reconocimi­ento a su honestidad y a sus aportacion­es, recibió en el Capitolio el mayor de los homenajes y ha sido objeto de innumerabl­es muestras de admiración aun por quienes no compartier­on sus ideas: lo que enaltecen es el valor de su congruenci­a. Bien harían los señores Ministros que votaron a favor en entender que su responsabi­lidad no es condescend­er con los despropósi­tos del inquilino de Palacio Nacional. Su compromiso es con México; que una lealtad mal entendida haya nublado su inteligenc­ia es grave, muy grave.

“No existe peor tiranía que la ejercida a la sombra de las leyes y con apariencia­s de justicia.”- Montesquie­u.

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