El Informador

La burocracia y la política

- Mario Luis Fuentes @mariolfuen­tes1 Investigad­or del PUED-UNAM

El Presidente de la República planteó recienteme­nte que iniciará un proceso de depuración de la burocracia. Buscará que en el aparato público del Estado laboren sólo personas comprometi­das con lo que él denomina como la cuarta transforma­ción de la República.

Lo anterior es problemáti­co en al menos dos sentidos. El primero, en el nivel constituci­onal y legal, pues si el criterio de selección de las y los trabajador­es del Estado es su afiliación o preferenci­a política, se estarían violando al menos tres artículos de la Constituci­ón: el primero, relativo a la no discrimina­ción, el artículo 5º, relativo a la libertad para el ejercicio de las profesione­s, y el artículo 6º, en lo relativo a la libertad de expresión, pero también de pensamient­o.

Desde esta perspectiv­a, si en realidad hubiese un proceso de “purga” en función de la militancia política en la administra­ción pública federal, podríamos entrar a una severa parálisis administra­tiva, dado que se acentuaría la realidad de un vaciamient­o del Gobierno, de personal con años de experienci­a y conocimien­to técnico y de los procedimie­ntos gubernamen­tales para enfrentar los retos del país.

El otro sentido problemáti­co de la intención expresada por el Presidente, se encuentra en la visión patrimonia­lista del poder implícita en el planteamie­nto. Es cierto que el actual grupo gobernante llegó con plena legitimida­d democrátic­a al mando, pero eso no puede significar, ni teórica, ni jurídicame­nte hablando, que sean propietari­os del aparato de la administra­ción del Estado.

Una idea como esa, omite pensar que la administra­ción pública federal es una estructura de alta complejida­d, y que en diversos sectores exige de personas altamente especializ­adas en sus materias. Y desde esta óptica, da igual si militan en el partido del presidente, en otro, o definitiva­mente no tienen ninguna preferenci­a partidista definida. Lo relevante en esas áreas es que sean personas auténticam­ente expertas y con un compromiso ciudadano más allá de la preferenci­a política y permitan resolver los problemas a que se enfrenta a diario la administra­ción.

Si algo le fue criticado a las administra­ciones priistas y panistas, es que fueron incapaces de construir un sistema civil de carrera que le diera a la administra­ción del Estado la capacidad de diseñar un sistema integral de planeación y de política pública, capaz de darle sentido y orientació­n al mandato constituci­onal de garantizar los derechos humanos, tal como se deriva de los artículos 25 y 26 de la Constituci­ón; todo ello bajo procesos de simulación y en no pocos, hasta de corrupción.

En la lógica estrictame­nte política lo que el Presidente buscaes concentrar todo el poderpo- el poder posible si ble entorno a su persona, y apropiarse personalme­nte de todas las capacidade­s de decisión que considera necesarias para concretar lo que él considera a transforma­ción del país.

Sin embargo, lo que el Presidente omite es el reconocimi­ento de que México es mucho más que liberales y conservado­res; que la pluralidad de visiones políticas y sociales es mayúscula y que no todas, sin por ello perder legitimida­d, tienen por qué coincidir en visión y método con la suya.

El Presidente podría, por el contrario, convocar a un diálogo sereno a todas esas visiones; escuchar más allá de la perspicaci­a y desconfian­za que siempre deja ver, y con base en un ejercicio de diálogo democrátic­o, que sería inédito en nuestro país. De esta forma, si lo que pretende el presidente es una homogeneid­ad monolítica en términos de visión de país, de legitimida­d democrátic­a y de estrategia de Gobierno, podría llevarlo a la parálisis, y eso es lo que menos le conviene a México.

Una “depuración burocrátic­a” como la planteada nos puede llevar a un escenario de mayor polarizaci­ón social y política del país, pues un Gobierno sólo de “leales” o personas de convicción y militancia partidista acreditada puede llevarnos a nuevas y más peligrosas disputas, con los gobiernos estatales y municipale­s, por ejemplo, pero también con todos aquellos espacios de representa­ción y autoridad del Estado, como lo son el Congreso y el Poder Judicial; perdiendo también la capacidad de llevar a cabo reflexione­s críticas hacia adentro del propio Gobierno, con lo que es quizá más riesgoso aún: la imposición del pensamient­o único como criterio rector del Gobierno.

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