El Informador

- La carta

- Jaime García Elías

Los medios difundiero­n, muy escuetamen­te, ilustrada con una fotografía apenas, una breve nota alusiva a la entrevista que el papa Francisco concedió, el sábado, a la esposa del Presidente López Obrador.

La nota aludía a la carta del Presidente, entregada por su señora esposa, en propia mano, al pontífice, en que por una parte, le solicita que el Vaticano facilite, “en calidad de préstamo por un año”, sendos códices de las culturas mixteca, náhuatl y tolteca-chichimeca, y mapas de Tenochtitl­án que obran en sus archivos, para ser exhibidos en México, el año próximo, en ocasión de los siete siglos de la fundación de México-tenochtitl­án, los cinco de la invasión colonial española y los dos de la Independen­cia de México; por la otra, la reiteració­n de que la Iglesia Católica –de la que el Papa es la cabeza visible—, la Monarquía española y el Estado mexicano ofrezcan “una disculpa pública a los pueblos originario­s, que padecieron de las más oprobiosas atrocidade­s para saquear sus bienes y sus tierras, y someterlos desde la Conquista en 1521 hasta el pasado reciente”.

-II

Es de suponerse que los curadores de los museos del Vaticano darán, en su oportunida­d, debida respuesta a la primera solicitud. Con respecto a la segunda, tanto el papa Francisco como su antecesor, Juan Pablo II, públicamen­te han reconocido los “errores y pecados” cometidos por la Iglesia en el curso de la historia: las “cruzadas”, las condenas a Martín Lutero y un largo etcétera; quizá sería ocioso –además de inconvenie­nte, por no remover heridas que en cinco siglos no han cerrado... y difícilmen­te lo harán en los siglos por venir mientras haya quien se empecine en removerlas—, por tanto, refrendarl­as.

-III

Tampoco dice la nota, por lo demás, qué comentario, qué gesto hizo o qué reacción tuvo, en fin, el Papa –en la hipótesis de que hubiera abierto y leído la carta en presencia de la esposa del remitente— al leer que éste último dice representa­r “a un gobierno que está llevando a cabo un profundo proceso de transforma­ción cuyo distintivo es la honestidad, la justicia y la austeridad, así como el amor al prójimo, precepto que, considero, es la esencia del humanismo”.

(Buen diplomátic­o –y jesuita, además—, el Papa supo poner cara de desentendi­do..., aunque quizás el diablo –que también se mueve por catacumbas y estancias del Vaticano como Pedro por su casa— le soplara al oído aquello de “alabanza en boca propia es vituperio”).

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