El Informador

REPLICANDO Y EN LA PROCESIÓN

- José M. Murià jm@pgc-sa.com

Solo la muerte puede sacarnos del tiempo. Nos saca y nos hunde en la nada… Al morir nos volvemos una rasgadura en el torrente del propio tiempo.

Miguel León-portilla

Un año casi exacto media entre los traspasos de este Miguel y de Enrique Dau, cuya coincident­e grandeza permite asociarlos en el enorme respeto que merece la memoria de ambos.

Fueron dos formas distintas de gran calidad: ejemplos cada una de extraordin­aria humanidad.

¡Cuán diferentes fueron!, uno de letras muy bellas y el otro de magníficas acciones y, sin embargo, ¡qué gozo fue cuando se pudo reunir a dichos ejemplos de humanidad!

¡Cuán diferentes fueron! Y ambos quedan adheridos a más no poder en mi mayor gratitud y orgullo por haber formado parte de sus vidas y, sobre todo, que ellos lo hayan sido de la mía. No podría, aunque quisiera, desprender­me de ninguno de los dos.

Pensar en ambos desde mi nueva soledad, lo hago con la fuerte acidez de un gran vacío, pero también me enaltezco envanecido por el singular privilegio de haber disfrutado a tal grado de aquellas amistades.

Debo de aferrarme a ellas para no perder el rumbo sin la cauda de experienci­as que me habrán de permitir seguir siendo lo que soy que, en muy buena medida, es la resultante de casi medio siglo de ir y venir por la vida con la compañía de uno y de otro.

Miguel nos fue acostumbra­ndo a su partida durante diez meses de dolorosa agonía. Enrique nos deja la obligación de hacernos al ánimo de su muerte súbita.

De Miguel ¿qué puedo decir que no se haya dicho? Sintetizar­é recordando tan solo que es el único hispanohab­lante que fue declarado en su momento “Leyenda Viviente de la Humanidad”.

De Enrique podría decir mucho más: pervive, por caso, en mi memoria, un recorrido de casi un mes, codo con codo, aspirando los anhelos de libertad de Cataluña y Euzkadi y haciendo un balance conjunto de un sexenio que había terminado. Asimismo se habló de una retahíla de proyectos que hervían en su mente y unos pocos que lo hacían en la mía.

Cabe recordar que un hombre como él, que hizo tantas cosas, tenía por fuerza que haber hecho además muchos planes que no logró realizar. Dau era un hombre práctico y ejecutivo, pero su acción era producto también de sus ilusiones previas a una ulterior y feliz realizació­n.

No me atrevo a decir más, de momento. La muerte de Dau me llena de angustias e íntimas obligacion­es con su memoria. Su legado es prácticame­nte inabarcabl­e: en los ámbitos más diversos aparecen gestas benéficas que los jalisciens­es no solo tenemos el derecho de conocer sino la obligación de preservar, pero habrá que comenzar con el recuerdo perenne de Don Enrique Dau Flores, mi hermano mayor.

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